domingo, 22 de julio de 2012

Por qué no le apuesto al perro flaco


Algún analista yanqui tituló algo así su columna: que el chico flaco volvía a tener oportunidad de reeligirse con el espaldarazo recibido del tribunal supremo norteamericano a su reforma de salud. Pero yo hace un rato que mastico un desencanto amargo con este señor y últimamente me quedan muy lejos los recuerdos gratos de su discurso de victoria en noviembre del 2008. Aquel día las lágrimas de Jesse Jackson las tuve yo también en los ojos, y de seguro que compartí una parte de sus sensaciones como las de aquella multitud, aunque admito que con motivaciones muy distintas. No soy descendiente de esclavos – al menos no en línea directa, pero bien sospecho que estos rizos que me quedan en la cabeza los he heredado de algún zambo orgulloso – , así que no puedo asumir para mí el sentimiento de un afrodescendiente yanqui al ver a uno de los suyos como presidente en un país que hace apenas cincuenta años no les permitía sentarse en cualquier asiento en un autobús. Pero como latinoamericano, no podía dejar de esperanzarme en creer que por primera vez tendríamos un presidente amigo en ese imperio tan cerca de nosotros – nosotros tan lejos de dios como a veces estamos –. Hoy, a casi cuatro años de aquel día épico, es claro que el chico flaco ha terminado siendo una caricatura hueca y de cartón, un avatar digno de juego de Facebook. Su reforma de salud, hecha para conquistarse a los republicanos que por supuesto no le dieron su voto, es solo uno de los muchos síntomas de su falta de sangre y furia. Una reforma mediocre, que se suma a su hipócrita rescate de los banqueros, su fracaso en cerrar la prisión de Guantánamo, y su falta de visión para negociar una salida de la sangrienta guerra de las drogas en que nos ha metido el puritanismo de su patria. Dispuesto siempre a conciliar, el flaquito es lo que siempre uno puede esperar de un abogado de Harvard: alguien dedicado a la busca de tratos ventajosos, no a obtener la verdad y la justicia. Hoy, dos días después de una nueva matanza en ese país que llaman el primero del mundo, el flaquito se hace el mudo conciliador otra vez y no dice lo que un verdadero presidente progresista diría: que es realmente incomprensible que exista un país desarrollado donde se más fácil comprarse una sub-ametralladora a que te admitan en un hospital. Pero yo ya no espero nada de este perro flaco. Gane Romney, gane Obama, lo que hace rato que nos queda a los latinos es destetarnos al fin y dejar de pensar que del norte nos llegará el maná.
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