viernes, 5 de septiembre de 2008

5 de septiembre

La noche es fría y las esperanzas de una primavera rápida se han ido. Queda un dolor de garganta como recuerdo. Castigo por la imprudencia de atreverse a salir sin bufanda. Las calles están oscuras. Hay un corte eléctrico por Alem hacia el teatro municipal y la oscuridad sin reflejo el sur, sumada al frío, parecen haber impuesto un manto grueso de timidez en lo que debería ser un típico jueves por la noche.

Me pasé el día simulando algunas estructuras electrónicas de cálculo para mi prototipo final de tesis. A quién puede interesar: es a veces fascinante descubrir que tantas cuentas realmente producen algo físico, que hace lo que uno quiere. Pero a mitad de camino, de la universidad a mi casa, me vino la pregunta: ¿cambiaría mi circuito por un poema? Cynthia Ozick, en su charla de aceptación de algún premio, hablaba de los escritores fantasmas, de aquellos que solo cobran corporeidad cuando están frente al papel, la pantalla. Cierto, la imagen era de Henry James, pero Ozick la contesta. Escritor es aquel que solamente se realiza en la intimidad, dice ella, en su lucha con las palabras, que encuentra en la angustia de no encontrar su expresión el verdadero centro de su yo. Escribir no es publicar, ni recibir premios, ni aplauso. Quien lo busque, que se cambie de profesión: político, cantante de rock. El escritor es aquel que moriría antes que renunciar a su escritura. Punto. Quítenme todo lo demás y podré vivir.

Seré entonces un humanista retrógrado, pero mil Pentium Quad Core no valen un soneto de García Lorca. Ni mi circuito el mejor/peor de mis cuentos. Así, con la noche como espejo, mi perfil tranquilo.
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