lunes, 29 de diciembre de 2008

Confesiones de un gran polo

Algo así dice la cita: no mirar la paja en el ojo ajeno. Confieso que es mi peor defecto. Incluso, estas notas, las arranqué con el mismo afán. Luego me dí cuenta, traté de cambiar el rumbo. No sé si lo he logrado. En fin. Al menos, siento ahora que tengo un fiscal interno que modera mis antiguas furias de joven redentor y las sopesa ya un poco con las canas de la madurez que seguro para muchos parece pusilánime. Paseaba por internet y me topé un comentario sobre el Tope de fin de año en San José. En uno de mis blog favoritos. Uno de los pocos a los que enlazo desde aquí. Normalmente, un sitio bastante reflexivo y que incursiona en multitud de temas y polémicas, de lo que poco discuten los medios masivos nacionales. Me sorprendió un tanto entonces el tono agrio, cínico, disfrazado de sarcasmo, con que se describía el desfile de jinetes. Y aún más la fiereza de los comentarios de respuesta, casi todos en apoyo a la visión del autor. Los epítetos iban desde exclusión de clases, pasando por provincianismo y chabacanería, hasta ese adjetivo que para muchos costarricenses es el peor: el de polo. Campesino ignorante, pata pelada y uñas terrosas, por extensión.

No sé. Por un lado, quiero huir de la crítica fácil. Sé que la televisión nacional es un producto de baja categoría pensado sobretodo para la diversión superficial y ligera. No se diferencia en ello de la mayoría de la televisión en el resto del mundo. Pero me causó estupor la rispidez con que las voces en este comentario denostaron uno de los pocos espacios tradicionales de entretenimiento que restan en nuestra sociedad. Esas mismas voces que alabaron los conciertos de Sting, Iron Maiden, Plácido Domingo, el festival de cortometrajes o el Cow Parade (¿por qué no en castellano?), entre otros acontecimientos culturales que nos cubrió este mismo blog, no tuvieron piedad con la gente. Con esa gente de la que, supongo, algunos nos sentimos apartados por algún mandato divino o casualidad evolutiva o una mera exclusión semántica. La gente que no sabe manejar. La gente que bebe demasiado. La gente que no vota como se debe. La gente que es pola.

Puede ser que en mi reacción se noten los tres años y pico que he pasado fuera de mi tierra. Pero volver a Costa Rica y mirar una corrida de toros, pasearme entre el gentío en el paseo peatonal de la Avenida Central y por Zapote en sus fetejos, escuchar los güipipías de un sabanero, el tono melodioso de un moncho, el vocabulario enrevesado de un pachuco en un bus, son cosas que hoy me tocan más que hace unos años. Me encanta leer a Borges, a Proust, y también las concherías de Aquileo. París, Buenos Aires, están muy bien, por allá. A mí, mi San José, mi Coronado. El universo pasa por el patio de mi casa, entre los platanares y el potrero con boñigas, y las calles de San Francisco de Dos Ríos. Lezama Lima tenía, como casi siempre, su gorda razón. Sigo siendo un gran polo.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Obras negras

De Yourcenar, L'Oeuvre au Noir. El momento de la transmutación alquímica. Opus Nigrum. La vida de Zenón, hombre moderno en una Europa que se resiste medieval. En el otro extremo de las Memoiras de Adriano. Llegué al libro por una vieja entrevista de Bernard Pivot. Tendría el hoy ícono de la TV cultural 30 años apenas: valiente enfrentó al monstruo literario, que dos o tres veces lo hizo titubear con los ojos chispeantes y sus ironías, la voz llena con su prosa de belga-francesa-yanqui que fue de todo lado y de ninguno, como Zenón, como Adriano. Sorprende sobretodo el largo trayecto para completar la novela, publicada casi 17 años después de las memorias del primer emperador romano no nacido en Italia (cómo se repiten los tiempos, casi le dan razón a Borges y Heráclito: hoy tenemos otro parecido). La inició con bosquejos en su adolescencia, capítulos a mediana edad, culminación en su otoño, prosa madura. En el medio, escribió uno de mis favoritos: Cuentos orientales. Pero volviendo a la Obra negra, impagable el cuaderno de notas y los apuntes de la autora al final. Cierre completo entonces.
Así, vuelta al pasado. Hace unos días, mientras regresaba El tiempo reencontrado a la mediateca de la Alianza en Bahía, pensaba lo irónico, tras la epopeya de leer la gran obra proustiana completa me queda grabada sobretodo una frase, una nota al margen en uno de los cuadernos de Proust: Los libros son la obra de la soledad y los hijos del silencio. Así termina Zenón sus días también.

viernes, 5 de septiembre de 2008

5 de septiembre

La noche es fría y las esperanzas de una primavera rápida se han ido. Queda un dolor de garganta como recuerdo. Castigo por la imprudencia de atreverse a salir sin bufanda. Las calles están oscuras. Hay un corte eléctrico por Alem hacia el teatro municipal y la oscuridad sin reflejo el sur, sumada al frío, parecen haber impuesto un manto grueso de timidez en lo que debería ser un típico jueves por la noche.

Me pasé el día simulando algunas estructuras electrónicas de cálculo para mi prototipo final de tesis. A quién puede interesar: es a veces fascinante descubrir que tantas cuentas realmente producen algo físico, que hace lo que uno quiere. Pero a mitad de camino, de la universidad a mi casa, me vino la pregunta: ¿cambiaría mi circuito por un poema? Cynthia Ozick, en su charla de aceptación de algún premio, hablaba de los escritores fantasmas, de aquellos que solo cobran corporeidad cuando están frente al papel, la pantalla. Cierto, la imagen era de Henry James, pero Ozick la contesta. Escritor es aquel que solamente se realiza en la intimidad, dice ella, en su lucha con las palabras, que encuentra en la angustia de no encontrar su expresión el verdadero centro de su yo. Escribir no es publicar, ni recibir premios, ni aplauso. Quien lo busque, que se cambie de profesión: político, cantante de rock. El escritor es aquel que moriría antes que renunciar a su escritura. Punto. Quítenme todo lo demás y podré vivir.

Seré entonces un humanista retrógrado, pero mil Pentium Quad Core no valen un soneto de García Lorca. Ni mi circuito el mejor/peor de mis cuentos. Así, con la noche como espejo, mi perfil tranquilo.

viernes, 22 de agosto de 2008

¿Hasta dónde?

Lo meditaba mientras me paseaba por una calle solitaria, un domingo, en una ciudad argentina en invierno (aquí en las ciudades del interior, todavía, se estila la siesta: de 1 a 4 pm, todo cerrado; los domingos, todo el día). Mirando con calma, se notan los remanentes de la crisis que, por más que disfracen las cifras oficiales, aún persiste y se anquilosa: aceras rotas, algunos huecos en la calle, oficinas en desuso, pobreza en algunos sectores que antes fueron claramente clase media. Pero aun así, hay resabios de un empuje, de un orden. Las calles, las casas están rotuladas: huecos hay, pero no se eternizan. La basura que hay hoy en las calles, en algunas esquinas, mañana ya no estará. Los buses te llevan a todo lado, por donde uno quiera, y te cobran con tarjeta. Puede decirse que hay pruebas de la infame desidia latina (faltan monedas, algunos buses se retrasan en tener instalada la máquina cobradora, la burocracia a veces es extenuante), pero pocas veces se roza el extremo (excepto con la burocracia, lo admito). Al día siguiente, fui a ponerle unos libros en el correo a un amigo. Cuando le dictaba la dirección al funcionario de correo, no me lograba hacer entender: ¿cómo, 100 metros Norte, 300 Sur, la casa de Oscar Arias? ¿No tiene nombre la calle? Entonces recordé algo que me había dicho un amigo hacía mucho tiempo, que me fijara en las tarjetas de presentación de un costarricense: nadie pone la dirección. No se pone, porque no se necesita. O mejor dicho, porque no se cree que se necesita. Y ese, ese es el peor estado. Perder por ignorancia. Porque terminamos pagando más (como dicen los yanquis, perdemos los pesos por cuidar los céntimos):

No necesitamos tren. Nos ahorramos el mantenimiento, los empleados. Entonces, a trasladar todo por camión. Más combustible, más costos de transporte, más accidentes, menos carreteras.

No necesitamos poner direcciones. Mucho trabajo para las municipalidades el colocarlas y mucho trabajo para el costarricense el aprenderlas. Entonces, a usar el celular para encontrar una casa. Sonar la bocina del taxi. Poner un apartado para que no se nos pierda la correspondencia vital. Cruzar los dedos para que la ambulancia encuentra la casa antes que se nos muera nuestro familiar.

No necesitamos aceras. Ahorramos cemento. Más vía para los carros. Más peatones aplastados.

Todo esto se soporta porque, creo, es una tendencia que transforma en costumbre. Acostumbrarse a una situación anómala y aceptarla como regular, como lo normal.Por cuatro años o más, la ruta Guadalupe Coronado estuvo cerrada porque faltaban completar algunos metros de tubería y asfalto. Hoy se repita la historia en la la ruta Zapote, San Francisco, La Colina. Empezaron a abrirla cuando me vine para Argentina. Estoy por volver y sigue abierta. Nadie protesta. Lo aceptamos, fatalidad.

No creemos en el cambio. Es más. Se nos vuelve anatema. Del sano excepticismo, el costarricense pasa a odiar la excelencia, el areté. El ir más allá. Es claro: suerte para el mundo, que la filosofía nació en Grecia (en la verdadera) y no en Costa Rica. Estaríamos contando con los dedos aún (es decir, el resto del mundo: los costarricenses, creo, lo seguimos haciendo).

sábado, 28 de junio de 2008

Sangre huérfana

Últimamente, no me gusta opinar de política ni de actualidad. Porque no leo mucho los diarios --no me ayuda con mi tranquilidad mental-- aprendí a tomar con pinzas las noticias. Sé que el mundo cambia muy lento y que exceso de información no significa comprender mejor. De paso, he llegado descreer de soluciones fáciles, ideologías utópicas y especulaciones de economistas. Porque he visto como todo termina en culto a la personalidad y recetas, don Pepe, el doctor, Perón, el Ché y, también, Hitler y Stalin, que nos ofrecen paraísos de libre mercado, redistribución de la riqueza, socialismo y patria y un reino de mil años, llámenlo como quieran. En fin. Quizás sea muy negativa mi visión, la de que somos bichos raros, y que lo menos que utilizamos es la razón. Pero cuando uno ve pueblos supuestamente cultos, como el francés, idolatrar a un enano dictador que los llevó a la ruina y le costó de paso 4 millones de muertos a Europa, qué se yo, se pierde mucho la fe en la superioridad del intelecto. Lo que explica a Bush y a Chávez y a Fidel cuando se nos ofrecen como adalides y nosotros nos vamos detrás, con su foto en un cartel. Pero ya no, no creo en nadie que diga representar al pueblo. Porque a la hora de la verdad, pueblo es cualquiera menos la gente.

Pero bueno, porque precisamente soy falible y pertenezco a la raza bípeda, pues a veces la indignación me gana. Involuntariamente. Porque me descuido y me pongo a leer un periódico solo para tomarle el pulso a mi Costa Rica lejana. Qué le voy a hacer. Tengo sangre. Y entonces me la calienta leer algo como este editorial en La Nación: Orfandad del Hospicio de Huérfanos.

Es donde me digo, el mundo es el mismo y yo un zonzo por ponerme a leer sabiendo que únicamente me gano un refuerzo de mis prejuicios. Porque todos hablan, hablan, cacarean: cuac, cuac. Solidaridad, amor, educación, inclusividad. Y al final, que se jodan los huérfanos. Ni un solo síndico, regidor, político, ha jamás respondido por esa plata que no le llega a estos niños. Es una historia de dos décadas. Qué importa. Total, en dos años, hay elecciones, y con la banderita en el carro iremos a pitar por los pericos, los mariachis, los pac-pac, los liberen-todo.

Laśtima Napoleón que te moriste (hasta una tumba gigantesca te hicieron, algo grande te ha quedado, creo), vos que te robaste un país, reestableciste la esclavitud, eliminaste el divorcio, los derechos colectivos de la Revolución, emperador y general, hubieras estado muy contento con recibir a nuestros huérfanos. Total, un huérfano sin protección solo tiene dos destinos. La cárcel o el frente de batalla, como en Darfur y Sierra Leona (si es niña, me temo, la única opción es un lugar no muy diferente a la cárcel, pero donde las luces son rojas). Ah, que pena que te nos fuiste, gran enano. Se quedaron nuestros huérfanos sin su segunda opción.

viernes, 6 de junio de 2008

Damn


OK. Este el disco: Damn the Torpedoes. Muchas canciones (Refugee, Don't Do Me Like That, Even the Losers). Pero mi favorita, desde que la escuché en Miami Vice: Here Comes My Girl. Esa es la canción. Cuando uno está seguro. Que esta es. No muy a menudo. Como era con Tubbs (hay que recordar, que el que pasaba ligando chicas malas era Crockett).
En el episodio, con la canción de fondo, Tubbs hace una visita a la chica (conexiones con el narco, no podía ser de otra manera). Tubbs no presiente que haya algo malo, la ansiedad del enamorado que engaña incluso a un policía. Es justo al final de la escena. Cuando la matan.

sábado, 31 de mayo de 2008

Algo más para la nostalgia

Dando vueltas por YouTube. Un par de clásicos de aquel rock-pop electrónico con que fui a la Universidad. Depeche Mode (Personal Jesus) y New Order (Blue Monday). Las noches de disco y fiestas de año nuevo en la playa vienen ahora como dulces memorias de días que quizás entonces eran aburridos. La música, empero, sigue estando bien. Entretanto, voy releyendo Balthazar (¡antigua edición francesa!, la primera vez la leí en español, nunca he podido dar con un original en inglés), segundo tomo del cuarteto de Alejandría de Durrell. Ciudad inefable en la ensoñación del autor, exploración del recuerdo que traiciona y de las múltiples aristas de cualquier verdad, cruce de amores y anhelos que nos vuelven extraño el país del recuerdo (la cita de Hartley es cada vez más punzante desde el invierno austral).

miércoles, 21 de mayo de 2008

Certezas de maíz

Asegurar porvenires en insinuaciones. La mano que no tiembla, una mirada, un gesto nervioso (tocarse la cara cuando te habla), alguna frase malinterpretada. Las certezas son apuestas basadas en el azar de un pálpito y un mucho anhelo. Luego quedan las dudas sobre lo ocurrido, en qué momento se descarrila algo que parecía llevar buen camino. Es cosa difícil la de aprehender la verdad cuando no se posee toda la información. No queda más que cargar la mochila, resignarse a que alguna vez habrá expliación. Antiguamente, se apelaba a los designios misteriosos de un ser superior. La historia de José en Egipto es el arquetipo en que se sostiene entonces la fe de aquellos que no comprenden sus contratiempos (José es, del antiguo testamento, quien mejor prefigura luego la pasión de Jesús: obligado a pasar terribles males, su llegada como esclavo a Egipto asegura la salvación de Israel).

Hoy no sé si tenemos la paciencia para adjuntar a principios más altos las jugarretas que nos hace sufrir el destino. Pero poéticamente, es un tema que da. Miguel Angel Asturias lo usa como columna vertebral en Hombres de maíz. Los hechos disgregados en múltiples historias aparentemente inconexas, se van tejiendo en una maraña de causalidad que es imposible de colegir completa. La muerte/resurrección del cacique Gaspar Ilom, de los brujos/luciérnaga, la huída de la mujer del cacique con su hijo (maíz) y la lenta venganza sobre los policías de la montada y los traidores, muerte de curanderos que se traslapan en venado. La peregrinación del correo coyote y del ciego Goyo Yic en pos de sus Marías Tecunas, mujeres malagradecidas que abandonan, hasta que se descubre, que una es víctima inocente y la otra huye porque ama demasiado al ciego que recupera la vista. Todo en un lenguaje barroco con ecos quiché. Magia. Amor. Muerte. Tan cerca Guatemala de Costa Rica, pero más de México. El vocabulario, de los años 40, a veces es el de mis padres y a veces no. Solo en el voseo recurrente de los personajes ya la sitúa uno más de este lado que de aquel.

viernes, 9 de mayo de 2008

Rumores desde detrás, muy atrás


A Fleetwood Mac llegué por su cuarto o quinto álbum, con el line-up que hizo fama. Como tantos adolescentes, uno terminaba enamorado de Stevie Nicks (especialmente de aquel dueto con Tom Petty: "Stop draggin' my heart around"). Tarde para Rumours. 1977. Era la época de Travolta flaco y los BeeGees en falseto. Pero lo bueno no muere: Rumours en el aire aún. De ahí vino el único número 1 de la banda: Dreams. ¿Quién recuerda las número uno del año pasado? El wiki acá. Del mismo, la lista de canciones (remaster del 2001):
  1. "Second Hand News" (Buckingham) – 2:43
  2. "Dreams" (Nicks) – 4:14
  3. "Never Going Back Again" (Buckingham) – 2:02
  4. "Don't Stop" (C. McVie) – 3:11
  5. "Go Your Own Way" (Buckingham) – 3:38
  6. "Songbird" (C. McVie) – 3:20
  7. "Silver Springs" (Nicks) – 4:33
  8. "The Chain" (Buckingham, Fleetwood, J. McVie, C. McVie, Nicks) – 4:28
  9. "You Make Loving Fun" (C. McVie) – 3:31
  10. "I Don't Want to Know" (Nicks) – 3:11
  11. "Oh Daddy" (C. McVie) – 3:54
  12. "Gold Dust Woman" (Nicks) – 4:51
Los enlaces llevan a algunos videos de 1977 y de la gira del 97. Ah, y la toma de posesión de Clinton (mírenlo bailar: suerte para él, que la mayoría de los músicos son demócratas). El sonido sigue siendo puro. Como bajista, John McVie va por el estilo del gran John Entwistle: serio, quieto, lleno, melódico, el tipo de bajista que yo hubiera querido ser, si hubiera tenido el talento. Mike Fleetwood sabe cumplir. Las voces de Lindsey Buckingham y Christine McVie siguen a tono. Stevie ya no canta igual. Pero su mirada es capaz aún de embrujar.

viernes, 2 de mayo de 2008

Jane Austen y Qohelet

Tomar el toro por los cuernos. Hundirse en la dulce anomia del fatalismo. Mi amigo Heriberto dijo una vez que Eclesiastés puede ser un libro proto-existencialista. Su celebrado segundo versículo puede que ya solo le dé la razón a mi amigo: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo vanidad”, de la versión de Reina Valera, tan emparentada con la del rey Jacobo inglés, lejos, lejos, en las antípodas de la insulsa “Nada tiene sentido” de la versión latinoamericana. Qué lejos también de la seguridad de tantos salmos, de tantos otros libros bíblicos, donde el mundo se rige claro: Dios manda y decide. Al justo le espera lo bueno. Al impío la condenación. Solo Job (el largo poema intermedio, no las sencillas introducción ni conclusión) parece emparentarse con esa visión que yo, más bien, llamaría epicúrea. Dios decide, no está en el hombre conocer, justificar, siquiera entender esa decisión. En el Nuevo testamento, solo el Sermón de la montaña en Mateo parece heredar esta corriente de pragamatismo judeo clásico: limitarse a vivir el día, abandonarse a la providencia. No en balde, son mis tres tractos favoritos, algunos salmos aparte, el Cantar de los Cantares-inevitable canto de celebración al amor- y la frase lapidaria de Juan (Jn 8,32) : “La verdad os hará libres”. Verdades en hierro y acero.

Quizás por ello también entonces, con semejante carga filosófica, me sea difícil apreciar una novela que no transite la incertidumbre humana sin recetas. Me frustró por ello el final de Sense and Sensibility: la mano de Austen, evidente, forzando un final que ni siquiera en la versión fílmica es creíble. ¿La dulce y alocada Marianne, enamorada y sosegada señora del aburrido coronel Brandon? Podrá parecer lo correcto, es lo que uno quisiera, ¿no? Que los hombres “buenos”ganaran las mujeres bellas. No los Byron demoníacos, los Willoughby despiadados, desgracia de tanta doncella. Pero el mundo no es así. El corazón femenino es un misterio: los Don Juan ganan y no hay novelista que lo pueda disfrazar (y si alguna mujer me increpa, está en lo cierto: las Cleopatras también se roban a menudo los hombres de las Penélopes). Claro, entonces, ¿dónde la justicia? Hmm. Lo dejo para la próxima. Tengo que darle al comentario de Hombres de maíz, de Asturias.

viernes, 11 de abril de 2008

Las furias del orgullo

Lo tengo en el recuerdo: Los Simpson causando la furia de algunos miembros del estamento en Río de Janeiro, con su retrato ácido y estereotipado de las favelas y la violenta vida diaria en la antigua capital brasileña (capítulo “Échenle la culpa a Lisa”, para los no muy fanáticos de la serie animada). Hubo hasta amenazas de demanda. No sé si llegaron a algo. El escándalo se perdió en la noche de la desmemoria. Quizás opacado por los comunes enfrentamientos entre narcos y policías en las laberínticas calles de las villas miseria que rodean la metrópolis carioca, o los retratos despiadados de los mismos brasileños en películas como La ciudad de Dios o la más reciente Bope: Tropa de elite (la autocrítica es siempre más fácil de aceptar) sobre una ciudad donde ciertamente parece cumplirse aquel estribillo favorito del yagunzo Riobaldo en Gran sertón: veredas, que vivir es muy peligroso.

Es claro, que en el caso de los Simpson no llegaron los brasileños a los extremos de los islamistas molestos contra las caricaturas sobre Mahoma. (Tal vez. Quién quita y las visas de turista que exigen ahora los brasileños para los yanquis sea la venganza contra la boca floja de Groening y compañía. Habría que averiguar entonces qué programa español ofendió recientemente a Brasil que justifique tanto gallego devuelto ad portas en los aeropuertos de Río, San Pablo y Salvador, y olvidarse de las excusas de la reciprocidad migratoria). Todo esto, por supuesto, sería caldo de cultivo para teóricos serios y respetados como Samuel Huntington o Victor Davis Hansom. Muestras de la incapacidad para la libre expresión y el debate de ideas de las sociedades no-occidentales (porque aunque estemos al oeste, recuerden, que los latinoamericanos no somos tampoco occidentales, ni siquiera extremos, como pretendía Octavio Paz).

Tapabocas sin embargo el anuncito de Absolut en México. La de rechiflas, ripostas, comentarios e insultos enardecidos de ciudadanos estadounidenses/patriotas enojados contra la propaganda. Parece que el humor occidental --es decir yanqui, porque yanqui=occidental, aunque mucho le pese a los franceses y los alemanes-- es aceptable solo cuando lo producen made in USA. Huntington puede que lo vea de otra manera: otra muestra más de la invasión indo-latinoamericana que amenaza con desarmar el blanquito andamiaje de la gran potencia líder de la libertad. Yo por mi parte creo que, para ser seres superiores, les cuesta mucho aprender a aceptar el pasado, incluso aquel que no está muy limpio. Al fin ya al cabo que de este lado del muro nos aguantamos la infumable El Álamo, con Crocket y compañía, sin tanta alharaca.

sábado, 5 de abril de 2008

Relatos

Señores del Mictlán: Crónicas del regreso

Hermanos
Señores del Mictlán
Fuera de rango
Jugar con fuego

Otros relatos

A través del suelo


Estos enlaces llevan a versiones electrónicas de mi trabajo cuentístico más reciente. Los relatos tienen sus derechos reservados a mi nombre. Por lo tanto, el material no puede modificarse en forma alguna, pero como autor y único dueño de sus derechos autorizo su reproducción y distribución electrónica por parte de cualquier persona física o jurídica a partir de la fecha de publicación de los mismos en Internet, con el entendido de que la distribución a terceros será de forma gratuita. Cualquier otro tipo de distribución en formatos no electrónicos deberá ser autorizada en forma expresa por mi persona.

viernes, 4 de abril de 2008

De pesares futbolísticos y simples soluciones

El fútbol. Me gusta mirarlo, aunque prefiera el básquetbol. Y admito, que el mundial pasado, invitado a ver el partido ante Alemania por unos colegas argentinos, lo mío era más pavor que pasión ante lo que nos podían hacer los alemanes. Quizás son estos años por el sur, que me han terminado de poner los pies en la tierra, con tanto argentino que me pregunta: ¿Pero en Costa Rica lo que juegan es béisbol, no? Y luego ver sus caras pasar de la extrañeza a la lástima, cuando les explico, que a lo largo y ancho de mi corto país el fútbol es rey (y que los demás deportes languidecen la desidia del gran público): Pero nunca han hecho mucho, ¿no?, alguno me ha replicado, condescendientes al menos. Y bueno, está Italia en el 90, qué se yo. Claro, Argentina, en ese, llegó a subcampeón, y venía de ganar el campeonato anterior.

Así que lo cierto es que no soy de los que apuestan la dignidad nacional, ni mucho menos personal, por el fútbol. Empero, fui solidario y traté de seguir los pasos de Wanchope por esta liga en extremo competitiva, y vi dos de sus únicos tres o cuatro goles, y también fui testigo de su pifia ante Boca Juniors (ese fallido gol en la Bombonera lo hubiera hecho héroe en Rosario). Wanchope se fue y yo dejé de mirar fútbol argentino, en parte porque hay que pagar para verlo por TV. Pero es imposible no tenerlo en la cara el fútbol acá, cuando en cada plaza, prado, vereda, en los clubes de barrio, hay gente pateando una pelota (y atrapándola, y lanzándola, porque acá no solo fútbol se juega: hay rugby, básquet, softbol, hockey sobre césped y hasta tenis popular, pero eso queda para otro comentario). Y fue así como lo descubrí. Que si estamos a años luz de los argentinos, por no decir de los brasileños, es porque esa pifia de Wanchope, la de nuestro mejor goleador histórico, solo, frente al arco vacío, no la habría cometido ningún sudamericano que juegue de cuarta división para arriba. Porque acá, cualquier niño, a los diez, sabe dominar un balón y patear hacia la meta.

Por ahí escucho enésimos comentarios en la prensa costarricense, luego de nuestra enésima derrota en cancha extranjera, sobre lo que pasa con nuestro fútbol, de nuestra incapacidad para anotar. Algunos he escuchado que hasta lo relacionan con la desidia o complejos de inferioridad nacional. Dejemos las teorías, es un asunto sencillo. Miren una mejenga tica. No hay portero. Se juega con un pequeño arco que la mayor de las veces se delimita con dos piedras o tarros. Acá, en Argentina, incluso en la cancha más polvorienta, en cualquier picadito (mejenga) se juega con marco de tamaño oficial, y con guardameta. Acá, para anotar, hay que tirar. Quizás cuestión simplemente de empezar por ahí.

martes, 18 de marzo de 2008

Se ha muerto de nuevo

Y si alguien me dice que la novela se ha muerto, mi primer impulso sería contestarla que ya iba siendo hora, si de por sí la novela se nos viene muriendo desde su nacimiento. Serio, podría contestarle, que como tantas creaciones humanas, no es accidental que su periplo vital sea análogo al de la única raza que lee y escribe. Pero luego viene la nueva/vieja advertencia en boca del pulcro y blanquísimo Tom Wolfe, de que, por enésima vez, la novela se ha muerto, y yo por dentro no puedo evitar un sarcasmo: la que está muerta es la novela de Tom Wolfe (al menos la última, que ni me molesté en leer, advertido por tres o cuatro párrafos que vi por ahí y el mazazo de algunas críticas).

¿No es extraño? ¿Qué generalmente los que nos matan a la novela sean escritores viejos o filósofos jóvenes? (No voy a caer en la tentación, la de afirmar que son siempre escritores o filósofos con gustos ridículos a la hora de vestir). Ortega, por ejemplo, la mató en los años veinte del siglo veinte, en su celebrado Arte e ideas sobre la novela. Decía cosas interesantes, lo admito: como su hipótesis principal, de que condición sine qua non para una novela es el argumento. Pero luego afirma que novelas como las que hacía Proust ni siquiera podían ser novelas, que iba la novela por un callejón sin salida (si eso pensaba de Proust, no puedo ni imaginarme lo que opinaba de Joyce, suerte quizás que no alcanzó a leer el Ulises antes de publicar su ensayo). ¿De dónde esa ansia por cerrar el sepulcro para esa narrativa que algunos dicen que inventó Cervantes, pero que otros llevan hasta la picaresca o, por qué no, a los confines de Dafne y Cloe, el Satiricón o la misma Odisea (si me limito a la tradición occidental, y me olvido del Relato de Genji o incluso del Bagavad Gita)?

Novelar es trozar la tragedia humana en pequeños habitáculos de ansiedades y titubeos. Cuadros amplios compuestos de miniaturas. ¿Era Stendhal, quién decía, que todos vemos la misma realidad como quien mira una plaza desde la ventana de un edificio, y que por tanto la plaza que observa no es la misma que contempla otra persona por una ventana distinta? La novela es una ventana más entonces, o más bien una colección de ventanas que se abren y cierran hacia el mundo desde los personajes, el narrador, la trama, de la mano del autor y también del lector. Quizás de ahí su inmortalidad, que los muertos que mata Wolfe gocen de tan buena salud. Necesitamos la novela porque nos explica el mundo y a nosotros con una intimidad que es a la vez un extenso mundo compuesto por múltiples puntos de vista. Y la alharaca por su perdición es solo agua para los molinos de alguno que siente que se queda atrás, que ya no quiere mirar el mundo por tantas ventanas. O quizás, simplemente, sea que a la novela haya que matarla de vez en cuando, para que renazca invencible.

martes, 5 de febrero de 2008

En las fauces de un caimán barbudo

Hay mordiscos que duelen y otros que alegran. De los últimos, me tocó ayer uno grande y hambriento. Rafael Grillo, jefe de redacción de la revista cultural cubana El Caimán Barbudo, me dio la dentellada. Así, tengo uno de mis relatos publicado en su revista. No poca cosa, con un cuento de veintitantas cuartillas. Les paso el enlace de la versión electrónica de "Señores del Mictlán".

Gracias, Rafa.


Update
Me llegó la nueva de que otro de mis cuentos, "Fuera de rango", estaba ya publicado por la revista electrónica Esquife, también cubana. Saludos y agradecimientos a Andrés Mir, su editor.

viernes, 25 de enero de 2008

A medio camino de Middlemarch

Los anchos aires y el sol perpendicular. El calor austral de un verano impío. Las cotorras son dulces laberintos de castañuelas sin gitanas y el mar, aunque cerca, hoy no es refugio. No sé si lo dije: en Bahía Blanca no hay playa y la billetera por ahora no soporta viajes a Mar del Plata. De por sí copada y sin aliento.

En la oficina, por suerte, existe aire acondicionado, y en la casa, a trancos largos, voy metiéndome Middlemarch por las pupilas. Es el otro extremo inglés de una época plena de escritoras (solo Dickens rompe el monopolio). De Austen a Eliot. En el medio las Brontë y su goticismo (¿existe esa palabra?). Eliot es la más cerebral. En ella, la vida empieza donde la deja Austen: en la boda. Donde Austen es sutileza y humor despreocupado que filosofa con el flirt y la compleja batalla de los sexos, en Eliot es ironía fina que disecciona y abre en tajos jugosos a la campiña y sus habitantes. Los personajes masculinos, sobre todo, son magistrales. En sus minúsculas y patéticas ambiciones, provistas de la seriedad y rectitud de la temprana era victoriana: dinero, respetabilidad y posición. Es evidente además en la prosa la pesada ilustración de la autora que, sin embargo, no atropella. Como a cucharadas, nos va dando minúsculas dosis de su veneno dulce y efectivo. Y una vez acostumbrado a los signos narrativos de juicio autorial—la mala costumbre de leer desde un siglo escéptico la literatura de otro siglo más seguro y positivo en sus paradigmas, ahora que se pretende del autor o neutralidad o al menos conciencia de su limitado punto de vista—, la novela discurre sencilla y amena. Cumple, si se quiere, aquello que exigía Chéjov: la literatura no puede explicar la vida, solo nos muestra sus inefables contradicciones a través de los personajes que las sufren. Sigue entonces la aventura de Dorotea y su hermana, del despistado doctor Lydgate y el imponente señor Bulstrode.

Entretanto, voy terminando la trilogía magna de Broch: Los sonámbulos. Pero esa es harina para otros panes.

lunes, 21 de enero de 2008

Achará con los manoseos del lenguaje (o réquiem por los periodistas de verdad)

Quizás no debería protestar. Porque un escritor debería aprovechar la siempre mutante cualidad del lenguaje. Pero en el meollo de la discusión sobre lo que es correcto e incorrecto está la necesidad de pactar la zona franca en que nos comunicamos: si usamos el lenguaje con demasiada liberalidad, es difícil entonces entenderse. La sintaxis asegura la transmisión de las ideas. El uso adecuado de los vocablos evita las confusiones. Y aquellos que viven precisamente de la transmisión de mensajes—diarios, revistas, radioemisoras, telenoticieros—deberían ser entonces los más interesados en sostener las normas para aumentar la efectividad de las ideas que proponen.

Lástima que, en vez de mejorar, basta un repaso por la alevosa forma en que nuestros comunicadores usan la lengua para ver que nuestros medios no solo refuerzan vicios lingüísticos y deforman la comunicación formal, sino que incluso, en aquellos casos en que el vicio ha devenido parte del folclor nacional (que como folclor deben respetarse en su ámbito de acción), proceden a deformarlo.

Alguien diría, quizás, que me niego a concederles un motivo más altruista a nuestros periodistas, que debido a nuestra idiosincrasia igualitaria, siguen usando en sus producciones el verbo “ocupar” en vez de “necesitar”, “casetilla de guarda” por “garita” (¿se preguntará alguien por qué La Garita de Alajuela se llama precisamente así?), “bulevar” por “paseo peatonal” (todavía recuerdo cuando bulevar, tal como lo definen la academia y el famoso bulevar de Los Campos Elíseos, eran el de Rohrmoser y el de El Bosque en San Francisco de Dos Ríos: una avenida de dos vías con una isla arbolada al centro), etc. Quizás simplemente se pliegan ante la democracia del lenguaje de la calle.

Ojalá fuera así: pero años de experiencia en salas de redacción ya me quitaron la venda hace mucho. No voy a racionalizar la evidente pereza de periodistas que no saben abrir un diccionario. Si de veras estuvieran nuestros nuevos comunicadores revolucionando el nuevo lenguaje, dando a nuestras tradiciones más peso en la “alta” cultura, ¿cómo ocurren situaciones como la de este telecomercial de tortillas, donde alguien exclama “charita” antes de la aparición de una jugosa cimarrona en la escena? Cualquier tico debería saber, excepto quizás el guionista del anuncio, que el vocablo, con todo el sabor folclórico que emana del mismo, es “acharita”, diminutivo de “achará”. (Pero tal vez, de nuevo, pienso mal, y sea este el inicio de la mutación de este vocablo, y futuras generaciones procedan a reemplazar el “acharita” aceptado por la academia, por este nuevo “charita” televisivo, así como hace poco llegué a descubrir que aquellos deliciosos “lustrados” que tanto me gustaban de niño habían pasado a llamarse “ilustrados” por decisión de alguna productora de rosquillas).

En fin, que yo hace mucho que me desilusioné de nuestros comunicadores y sus cinco años de educación. Pasados aquellos años en que un periodista se hacía a punta de teclear notas en una vieja máquina de escribir, parecería tentador suponer que la educación universitaria llevaría a nuevos niveles el periodismo local. La apuesta fue verdadera, en sentido inverso: de García Monge, Marín Cañas, Enrique Benavides, Rodrigo Fournier, pasamos a redactores que no comprenden la diferencia entre una conjunción adversativa y una concesiva, y entrevistadores incapaces de articular una oración completa sin un teleprompter (tengo algunas joyas guardadas como ejemplo que en otra ocasión compartiré por acá, aunque quizás no hagan falta: enciendan hoy su televisor o radio en cualquier noticiario y descubrirán algunas, lo aseguro).

Hoy, no hace falta mencionar la distancia existente entre cualquier medio local y diarios extranjeros como El País, La Reforma, El Mercurio o El Clarín. Y no es de extrañar que, para hablar de cualquier cosa, en Costa Rica, solo se necesite dominar algunos vocablos: mae, chiva, chuzo y chunche. Lo triste es saber que no siempre fue así (¿o no sabrá alguno de nuestros nuevos periodistas que, hace medio siglo, una de las revistas culturales más importantes del mundo hispano se producía en Costa Rica? Les dejo de tarea averiguar el nombre, que del periodista que la editaba ya hablé por acá).

viernes, 18 de enero de 2008

18 de enero

Largo día y medio de viaje desde San José a Bahía Blanca. A la noche, por fin ya en cama, tosí un poco de flema sanguinolenta. Los efectos del aire acondicionado del autobús que me trajo desde Buenos Aires, es seguro, sumados a mi descuido por dejar olvidada la suéter que traía en cualquier sitio (paradoja argentina de los buses de larga distancia: en invierno, quedarse en camiseta por la excesiva calefacción; en verano, hay que proveerse de abrigo). Me vi obligado a viajar con la cortina abierta para calentarme con el sol. Me premió entonces la vista de la pampa reverdecida: kilómetros de pastos y vacas perezosas, ovejas trasquiladas, girasoles en flor, trigales en cosecha y bosquecillos con estanques que punteaban acá y allá la llanura larga y soleada.

Fue la mejor compensación para un trayecto pesado. No sé si estamos hechos los humanos para 36 horas de viaje continuo. A veces, envidio a los viajantes pacientes de cuando ir al otro lado del mundo tomaba meses en vez de horas. Tenían tiempo para los ciclos vitales. Ahora, nos castigamos con siestas cortas en asientos de vehículos maravillosamente rápidos e incómodos, hacer espera en aeropuertos, estaciones de tren y autobús repletas de vacacionistas estresados, gente maleta en mano que solo ansía llegar más rápido allá y acá. Para aprovechar el tiempo, dicen. Lejos los días de Thoreau, donde el viaje incluía el disfrute (yo lo viví un poco, los antiguos paseos en ferrocarril a Puntarenas, donde el trayecto era lo que más me emocionaba: la cambiante vista a paso cansino, las vendedoras que subían en las paradas, cargadas de marañones y cajetas). Entiendo entonces que el escritor viera más con sus incesantes paseos por Concord que los que ya rastrillaban Estados Unidos y el mar en afanes de comercio, esperando obtener de sus preocupaciones a futuro la oportunidad de tenderse algún día a disfrutar la existencia y hacer versos.

Sin embargo, ir más rápido, hablar más lejos, parece que construye más trampas y cárceles que paraísos. Gracias a las maravillas tecnológicas, ahora sabemos más sobre la vida privada de la princesa Adelaida (Britney Spears la llaman ahora) que de nuestras hermanas, y hay tarjetas de plástico que nos empeñan la vida por una semana debajo de una palmera. Y lo primero que hacemos, al estar bajo la palmera, es quejarnos de que la red inalámbrica del hotel no llega hasta la playa, para poder verificar nuestro correo electrónico y no descubrir que la tarjeta milagrosa nos ha vuelto esclavos de 51 semanas de trabajo de sol a sol para pagar la sombra bajo la palmera, y la computadora (o el celular) que nos trajo las malas nuevas.

¿No resultaba mejor entonces aquel viaje pausado en tren?

martes, 15 de enero de 2008

15 de enero, 2008

Con una tarde de azul mercurio, termina mi último día en San José y tengo la valija a medio hacer. No alcanza el tiempo para despedidas y reencuentros: siempre algo/alguien queda afuera.

Me voy con la cabeza llenas de impresiones y reflejos de un país que sabe distinto en mi nostalgia, y ratifico una vez lo traicionero de mi memoria. Es bueno saber que la natilla, el ceviche, las tortillas y las mujeres ticas siguen igual de buenas: pero ahora hay otras cosas que no me han sabido ya tan rico en este reencuentro. Fueron escasos días, pero quizás porque traigo lentes distintos, porque mal que bien vivir fuera se te mete en la sangre, de pronto Costa Rica me parece ahora menos ideal. De pronto, hallo feas la miríada de urbanizaciones que se van colgando de los antiguos cafetales, la colección desordenada de rejas y tapias en que nos encerramos a vivir, los embotellamientos, la basura en las calles y los parques, el fétido aroma de nuestros ríos y el proverbial matonismo de nuestros automovilistas. Hallo feo el Jacó transformado en paraíso inmobiliario para turistas sexuales, las costas taladas en Punta Leona, Herradura y Papagayo para abrir megahoteles y cercar playas antes públicas. Encuentro los helados de la Dos Pinos una estafa (¿donde quedaron el maní y el chocolate de los Krunchy Krisp?) y un robo que me cobren 3000 pesos por un pinto con huevo en cualquier soda de pueblo. Que en cada intersección haya gente que viva de lo que pueda vender y en la calle cada vez más niños durmiendo entre cartones y meadas de alcohol digerido. Hallo incomprensible que un metro cuadrado de tierra no baje de 150USD y una casa promedio 50 millones de revaluados colones. Que el dólar se deprecie y los carros suban automáticamente de valor.

Y sin embargo, es un milagro que siga siendo un país con esperanza. Un amigo cubano/tico me afirmó, que en la actualidad, un 30% de la población del país no es nacida en este suelo. (No sé si es cierto, pero ya incluso un 10% suena convincente a primera vista de cubero: ¿habrá una estadística oficial de tanta gente que se ha venido para acá?). Me cuesta creerlo pero es cierto: tanto nicaragüense, colombiano, venezolano, gringo, latinoamericano, europeo, parecen reafirmar con su sola presencia la hipótesis de que, incluso con aquellos defectos, hay lugares donde parece peor la vida que en Costa Rica. La cuestión es: ¿cuánto más seguirá siendo vivible mi país? Yo me escapo por otro año. Espero que aguante al menos doce meses más.

lunes, 14 de enero de 2008

14 de enero, 2008

Domingo de luz y alergias. A la tarde, languidecer en el sofá de un buen amigo, con una corta sesión de Mahavishnu Orchestra y Grateful Dead (y la ayuda de un par de subidas). Pero el virtuosismo de MacLaughlin, Cobham y compañía, y la melodía apaciguadora de los segundos, no bastaron para aliviarme los estornudos. Fue inevitable la farmacia y por la noche el continuo flujo en mi nariz me obligó a acostarme temprano. Por suerte, tenía a Thoreau a mano. Lo sencillo como receta para escapar de la tranquila desesperación. ¿Puede uno aprender a vivir una vida sin principios? ¿Entender a la economía, el trabajo, como un medio y no un fin? El Thoreau desconocido, vago y sin objetivos (incluso para su mentor amigo, Emerson), resultó profeta de la desesperanza moderna. Quizás un faro muy brillante para su época, apenas calce hoy con la generación siempre conectada. Por mi parte, últimamente, me he percatado de lo importante que es el botón rojo en un control remoto.
Lo importante, que se acaban mis vacaciones y estos primeros días del año se han ido discurriendo con delicia y pocos pesares. Luego del frenesí navideño, el ajuste del año transcurrido me deja con sensación de satisfecho al revisar los balances, como el contento de un goloso que, panza llena, descubre al revisar la cuenta que la comilona le ha salido hasta barata. Es una bonita nota con la cual arrancar otro período, otras cuatro estaciones, quizás las últimas que pasaré lejos (aunque ahora se me hace claro, que estar cerca o lejos es un asunto de perspectiva).
Entretanto, hay planes extracurriculares: completar un libro de relatos, quizás retomar con nuevos bríos esta bitácora en abandono. Germen de una novela nueva en la cabeza y buscar editor para la que tengo guardada. Pero sobretodo, convertir la existencia en una labor de amor propio y tranquilidad.
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