domingo, 31 de octubre de 2010

Froilán Escobar responde a Froilán Escobar


Hay un relato, en particular. Hay una columna de soldados que sube un sendero por la selva, en busca de guerrilleros, en busca de los mau-mau. O más bien, la selva --como uno se imagina que debe ser la selva en la Sierra Maestra-- se va fagocitando la columna como se ha fagocitado a los guerrilleros y, así como en la columna va el soldado Arancibia, uno podría decir entonces que en la selva va la columna y van los mau-mau. Pero la selva es solo un accidente y lo que ocurre en el ascenso es también un accidente porque la historia va dentro de la cabeza de Arancibia, que es otra selva aún más cruel y tenebrosa.

Este fue uno de los primeros relatos que leí de Froilán Escobar. Y sigue siendo mi favorito. Quizás porque, en unas cuantas páginas, destella por su condensación lo mejor de su prosa/poesía alquímica. El ritmo de la narración es trepidante a fuerza de contrapuntos y giros inesperados del hablar. La acción corre por vaivenes entre lo que ocurre en la selva y su reflejo en la insania alucinante del soldado, una acción llevada del borde del resuello por un lenguaje que es el cortocircuito indispensable entre el mundo real y la subjetividad sufriente: el pájaro, que es la mujer a la que ha violado Arancibia (La vieja que vuela), es el punto de confluencia, de choque, que hace estallar la cordura del soldado cuando su subjetividad se abre como un tajo tal como el balazo corta el vuelo del ave. Es que Escobar entiende, como no pudo entender Azorín según decía Paco Umbral, que la literatura, el lenguaje, es metáforas y nada más. Unión de mundos separados.

El vehículo es el viaje, repite Escobar en su entrevista por Francisco Garzón Céspedes (“Lo mío es experiencia de susurros” ), un vehículo que marcha a pulso de poesía y conjunción de barroco gongoriano y oralidad guajira y que culmina en dos obras monumentales: Largo viaje de ceniza y La última adivinanza del mundo. Novelas como catedrales que quieren ser universos, de esas que ya poco se hacen en ninguna lengua (se puede ir a este artículo de Evert Cilliers, para darse cuenta de que las literaturas inglesa y francesa también sufren de esta anemia)

Pero vuelvo a la entrevista, a esa autoexploración que sirve como la lezna para sacarnos los ojos del conformismo y devovernos la visión: Escobar entiende que el mundo de las definiciones es un conjunto de grillos y camisas forzadas del que hay que zafarse, y que la novela solo puede definirse por lo que no es. O mejor dicho, que la única definición posible de la novela es metafórica. Porque, si como Beckett (y no estoy muy seguro de si fue él quien lo dijo, pero la imagen me parece muy de Beckett), uno cree que la realidad es una plaza hacia la que se mira desde un edificio con muchas ventanas, y que cada ventana es una historia, entonces la novela es ese conjunto de ventanas, de voces, de susurros. La revolución cubana, la guerra de independencia, narradas por Escobar, adquieren otra dimensión en cuanto la narran aquellas voces fantasmales que calló la historia, cuando nos vienen del hilar de una niña huérfana que buscar recuperar a su padre perdido en una guerra de machetes y cañones, o de un tipo que todo lo oyó en un momento en que los que serían héroes aún hacían andar de mortales por entre la Sierra Maestra. Es ese momento en que la literatura viene a “llenar los vacíos de la memoria, ensancharla mediante la imaginación de lo posible y, a partir del muñón, hacer que resuciten retoñados pasos en los pies “.

La historia, entonces, es colección de versiones. Es literatura. Y se reconstruye cada vez que se cuenta, especialmente cuando el relato es un “ajiaco susurrante”, una colección de rumores y cuchicheos que como un mosaico se va construyendo palabra por palabra. Por ello Escobar mismo responde a Garzón Céspedes, que el prefiere las versiones a las adaptaciones. Porque versiones es lo único que hay en realidad. Versiones de cuanto se ha leído, escuchado, comido, sentido y hasta olvidado.

Así, la lectura de esta entrevista sirve de portillo explorativo hacia la luminosidad de una narrativa que Escobar ancla en la inevitabilidad suprema del lenguaje, ese “alguien con quien digo, o sobre todo, con quien me digo”. Es apenas un bocadito del inmenso banquete que nos tiene listo Escobar en su creación.

lunes, 11 de octubre de 2010

Animales de imaginación

Algunos dicen que somos enemigos naturales. Los escritores y los políticos (ir a Imaginary Homelands, de Salman Rushdie). Que nos vestimos de pieles diferentes, porque los políticos hablan del mundo que quieren que vean los demás y los escritores del que se ve realmente. Lo que podría interpretarse como paradójico, si uno es de los que cree que los escritores son tipos de imaginación y los políticos deben ser realistas, más bien. Pero las paradojas es el mundo de las palabras, ni más ni menos, y al final es en el mundo de las palabras donde se pelean los votos, se logra el carisma y se construyen las reputaciones, y no han faltado escritores (que luego han resultado nóbels de literatura algunos) con imaginación tan grande como para lanzarse a la política.

Pero es que en realidad es asunto de intenciones y de lo que pasa en la cabeza de unos y otros. Porque no es cuestión solo de que los escritores imaginen para crear y los políticos para vender/venderse, sino de quien se la cree y quien no. Un escritor, normalmente, siempre sabrá que lo que hace es inventar (porque las palabras, por más que describan realidades, son siempre invención y nunca es la luna el dedo que la señala). Pero el político hablará y lo que saldrá de su boca será para él única verdad. Por eso la creo veraz a Laura Chichilla cuando dice que Costa Rica será un país desarrollado en 2021. Como le creía a Óscar Arias cuando inauguraba obras fantasmales. Porque para Laura, en realidad vamos en camino al desarrollo y para Óscar las obras existían realmente ante su mirada. Es su condición de animales políticos, no dudar de lo que afirman pues en ello les va su esencia. Solo convenciéndose a sí mismos de su realidad, podrán convencer a los demás. Y por eso jamás un político se retractará ni pedirá disculpas por algo que diga (o mucho menos haga), porque será ir contra la verdad que se ha forjado para poder dormir tranquilo cada noche (yo quisiera, que alguien me contradijera, me presentara las imágenes de algún político de cualquier parte disculpándose, diciendo “me equivoqué”: solo en Unión Soviética, parecían tener la receta para que un político declarara contra sí mismo). Es que los políticos son animales de ilusiones y mundos alternos y es por eso que somos enemigos. Porque alguien los tiene que llamar a cuentas antes que nos contagien a todos. No sea que para el 2011 seamos un país de lunáticos que creerán vivir, ahora sí, en una Suiza tropical.

viernes, 27 de agosto de 2010

La rabia y la furia

Por algún lado de su libro Perro blanco soltó la frase. Romain Gary. Que el motor de los escritores es la rabia. No sé si acuerparlo del todo porque no sé hasta donde la rabia puede hermanar el rango dinámico de la tragicomedia que hizo Shakespeare con la tersura casi estoica de Chejov, el trabajoso intelectualismo de Borges o la sonora impermanencia de Joyce. Pero claro, Perro blanco es un libro lleno de rabia que discurre sobre un momento rabioso en los USA: la batalla por los derechos civiles de las afrodescendientes. Explico: “perro blanco” era el mote que daban los negros a los perros entrenados por las fuerzas policiales del sur de EE.UU. para atacar a cualquier persona con tez demasiado oscura. Los usaban desde la misma guerra civil y desde antes, para perseguir esclavos. Gary encuentra un perro perdido recién llega a vivir en LA con su entonces esposa, la trágica Jean Seberg (siempre fue trágico lo que rodeaba a Gary). Era un ejemplar cariñoso y perfecto de pastor alemán. Pero un día, Gary o Seberg, no recuerdo, recibe a un operario para realizar una reparación o un cartero a dejar una carta, no recuerdo, en su casa lujosa, y el perro se torna un frenesí de furia incontrolable que se abalanza sobre el visitante. El visitante es negro. A partir de ahí, Gary se embarca en una lucha por transformar al perro. Consigue un entrenador de perros, negro, que acepta el trabajo. Aunque Gary siente una mala espina, sabe que es eso o sacrificar al animal. Entonces, al final del libro, desaparecen entrenador y perro. Gary va con un amigo, judío, a tratar de hallarlos. Quiere su perro de vuelta. Por desgracia, se separan en medio del barrio zarrapastroso donde vive el entrenador. El amigo judío tiene la mala suerte de encontrar la casa primero. El perro, suelto, le ataca y lo deja exánime, casi agonizante, antes que Gary pueda llegar a controlar al animal. El perro blanco, ha sido convertido por el entrenador en un perro negro.

Esa la rabia/furia de Gary. Que al final blancos y negros son iguales, presas del sinsentido de una raza, la humana, que creyéndose superior, se arroja el derecho de manipular a otra raza, fiel, valerosa, la canina, para realizar sus propios y ruines propósitos. Pero yo veo, quizás, de un modo más general, que existen muchos motivos para la rabia, que no pasan por el color, o la religión. Ni siquiera el sexo y el género. Y que el escritor debe nutrirse de aquéllos para soltar sus palabras y así, al menos, no estallar por dentro. Para que la estulticia humana quede retratada y el escritor sienta que algo de dolor se borra con sus palabras quizás inútiles.

domingo, 1 de agosto de 2010

En el hemisferio

Hay siete hombres bajo la lluvia, siete paraguas alrededor de un poyo en cualquier parque; alguien lee un evangelio desde un pedestal. La ciudad, húmeda, es friolenta por engaño y los perros ambulan sus hambres por las calles en fuga. Siempre es posible sorprenderse por ese San José que existe en su grandes fealdades y sus bellezas chicas, regodearse entre el abandono de los lotes baldíos donde todavía queda algún trozo de historia y encanto flotando salvo de la marea que lo quiere borrar todo. Uno de los siete hombres tose. Hay un retumbo tuberculoso de flemas y un escupitajo que revienta verde contra el piso que se empoza. Pero el predicador no se detiene en su convencimiento, de que su misión es nueva e ineluctable. Yo creo que, simplemente, los siete hombres encuentran en las llamas de su boca un refugio contra el agua y el viento. Contra la indolencia y la ciudad que se desmorona.

jueves, 29 de julio de 2010

Caras, puentes y descaro

Se llevarán la sorpresa cuando les llegue el cobro del marchamo. Fue el facilismo de nuestro flamante ministro de Transportes sobre los ochenta mil y pico de costarricenses que debemos una multa de tránsito. No debería sorprender: cuando de respuestas irreflexivas se trata, pocos sacan las cuentas y verifican sus palabras antes de dejarlas salir de sus bocas. No debería sorprender: achacar a la irresponsabilidad y a la desidia de ochenta mil y pico de costarricenses el atraso de pagos de multas de US$600, US$400 dólares es desconocer las realidades económicas de los ciudadanos que estos señores dicen gobernar. Quizás, nadie de nuestros diputados piensa, ni ninguno de los periodistas que levantan estas noticias supone, que la mayoría de esos ochenta mil y pico de costarricenses tendremos que esperar al aguinaldo para poder cumplir con la obligación de pagar una multa que, en países como EE.UU., tienen un equivalente de un cuarto, un quinto de dicho monto. Hagan las cuentas. Con los intereses propuestos, sin posibilidades de arreglo de pago, sale igual esperar a diciembre que a pagar la multa con tarjeta de crédito (si es que esto fuera posible) o con los intereses de cuaqluier de usurero que nos prestara la plata para cumplir con la ley. Es que no se le ha ocurrido a ninguno de nuestros expertos opinólogos, como podría acotar un economista recién graduado (sin necesidad de que sea un Stephen Levitt), que hay un momento en que las penas económicas dejan de tener sentido. Sobre todo cuando se vuelven impagables.

Pero insisto, no debería sorprender. Que este ministro diga a continuación de su falacia gratuita que las penas de cárcel no se están aplicando porque no tendríamos donde poner a tantos condenados. Contraste entre este código de Hamurabi --y los cadíes que lo ejercen-- y las autoridades del estado yanqui de Texas, donde adelantar en zona prohibida se multa con el equivalente de 75 mil colones, pero conducir ebrio conduce inapelablemente a la cárcel y a un curso de reeducación social.

Yo solo me cuidaría, señor ministro, de que esos ochenta y pico mil de costarricenses no decidamos en diciembre no pagar tampoco, y salgamos a bloquear las calles. Hartos de recibir multas escandalosas por infracciones irrisorias como no llevar a los hijos subidos en un cojín ridículo, mientras en nuestras ciudades los semáforos se violan a placer.

Pero es que no debería sorprender, si es este mismo jerarca, a más de un año de la tragedia sobre el puente de Orotina, a varios años de las denuncias sobre el pésimo estado de puentes y carreteras nacionales, quien hoy pone la cara compungida por el puente roto sobre el río Seco y una provincia aislada por su ineptitud y la de los que lo acompañan.

miércoles, 21 de julio de 2010

Un día de furia

Quise crear este blog con la intención de departir intelectualmente, de hacerlo un vehículo de ideas. Pero la realidad de este país lo ha ido convirtiendo, muy a mi pesar, en un depósito de quejas y frustraciones ante las dificultades de vivir bajo la omnipresencia de un estado inepto que cada vez es más opresivo. Es difícil presentar un estado de ánimo estoico, de contemplación, cuando constantemente nuestra vida se ve atacada por una sociedad civil diseñada, tal pareciera, con el único propósito de torturar y disminuir la calidad humana de los habitantes de Costa Rica. (Dejo, sin embargo, de lado los aspectos privados de esta sociedad tica, tal como la estafa que me ha hecho un tornero esta semana por unos muebles que pagué y nunca recibí, y me concentro en el lado funesto del sector público. Ya en otro blog, ventilaré mi impotencia por este robo).

En los últimos meses, me ha tocado luchar contra la inapelable ineficiencia de la Dirección General de Migración, en pos de una simple residencia legal para mi esposa. Atrapados en los vericuetos de una nueva y desproporcionada ley, he debido sacrificar tiempo y cientos de miles de colones en filas, certificaciones, timbres y abogados, para que luego de seis meses, se nos informe que el trámite sigue pendiente, pues falta llenar un formulario que alguien se inventó luego de nuestra última cita. Una cita por lo demás ridícula, en la que debimos llenar, frente a un funcionario, una declaración manuscrita donde atestábamos nuestro estado civil y convivencia conyugal (y por tanto, volviendo tácitamente inválida la certificación que otorga el Registro Civil sobre nuestro estado), y que ahora se convirtió en cuatro horas de fila desperdiciadas, pues dicha declaración debe sustituirse por el nuevo y flamante formulario (y otras cuatro horas de fila).

Uno quisiera que dichos desmanes contra el atributo esencial del ser humano, su tiempo vital, tuvieran coto. Pero buscar defensa a los mismos es igualmente un trámite engorroso que solo más vida consume (pues denunciar esto antes las contralorías de servicios, defensorías de los habitantes o del consumidor, significan igualmente horas de trámites sin sentido). Y aquellas instituciones que deberían marchar a la vanguardia, como las universidades públicas (una de las cuales es mi patrona laboral), son incluso sitios aún más envenenados por esa cultura del papeleo y la tramitología inane. Así, para ser contratado en ellas, se exige una carta certificada con el número de cuenta cliente del banco donde se desea recibir el salario. No basta con que uno esté en capacidad de dar el número de cuenta de buena fe, es necesario gastar tiempo y fila en el banco para entregar este papelito inútil (ay, miles de justificaciones habrá para este papelito, no lo dudo, como eran justificables las discusiones escolásticas sobre el sexo de los ángeles). En otra universidad, se exige a los empleados llenar un nuevo expediente electrónico con la finalidad de “agilizar” la gestión de recursos humanos. Ay, ay, no importa si la información existe ya desde hace años en un expediente físico propiedad de la misma oficina de RH. El funcionario debe sacar su tiempo para recabar información de quince, veinte años atrás para crear un expediente redundante, so pena de sanción.

Ay, ay, ay. Es que mucho más hay de que hablar, como por ejemplo sobre nuestra linda y nueva ley de tránsito. Pero mejor me tapo la boca, le doy descanso hepático a mis dedos. Solo le deseo suerte al Estado para cobrar esos 7500 millones de colones adeudados por los infractores, o ir consiguiendo muchos lotes donde poner los 80 mil vehículos que habrá que sacar de circulación en enero por multas impagas. Si solo, alguna vez, el pueblo de Costa Rica, se levantara contra tanto desmán...

miércoles, 2 de junio de 2010

Desierto tan blanco (de Annie Proulx y Wyoming)

Primero vi la película. Entonces pedí el libro. Close Range: Wyoming Stories. El lugar común es decir que quedé impactado. Es un libro que corta el resuello.

Pero vuelvo a Proulx. En la Wikipedia hay una cita que la retrata de la forma que mejor se describe a alguien, por un detalle: no es una de esas escritoras trofeo. A decir verdad, su vida podría ser la de Hemingway, sin el machismo. Periodista, como tantos escritores. Trotamundos, como tantos escritores. Ha hecho su vida publicando cuentos en revistas, como tantos escritores. Su relato más famoso, “Brokeback Mountain” apareció solitario en el New Yorker, en 1997, como ha sido el caso de tantos escritores. Y por él ganó dos premios (el O. Henry, nada menos) y luego fue una película. Pero la escena de entrada en el cuento es mil veces superior a la excelsa fotografía de Ang Lee: Ennis del Mar, en su covacha con ruedas está feliz. Ha soñado anoche con Jack Twist.

El cuento tiene un estilo filoso y seco, como uno imagina deben ser los inviernos en Wyoming. Pero entre la crueldad y el desamparo de los vaqueros y la gente que planta cara a los elementos, hay una historia de amor. Casi todos los relatos de este libro tienen esa veta común: un mundo inmisericorde, que convierte a las personas en algo menos que bestias de carga, pero donde en medio de la desesperanza hay siempre un ansia por algo más, por algo que pueda llamarse amor. El mundo de Proulx es uno donde solo tu cuerpo y el de los demás, mientras sea joven y no haya sido agostado por el clima y el trabajo, puede darte algo de solazamiento. Sexo. Alcohol. Pero los años pasan –muy rápido cuando el trabajo es duro— y el cuerpo es pronto un amasijo extenuado de espaldas, piernas, cuellos rotos y manos callosas. Esperanzas rotas en caballos enfermos, granjas estériles, manadas flacas. Es el sueño americano que nadie recuerda.

jueves, 25 de marzo de 2010

La inutilidad del ser...

Voy a llamarlo por su nombre: la ineptitud del funcionario público. ¿Llegará a existir, en Costa Rica, alguna vez, alguna institución que brinde la información completa, por su sitio web, por la prensa, antes de tener uno que comerse una fila de horas para que alguien nos diga que nos faltó uno de los 35 requisitos a cumplir? ¿No hay conciencia de la continua violación de nuestros derechos ciudadanos por parte de los que se esmeran en entorpecer los trámites de quienes queremos cumplir con la ley?

La flamante página de la Dirección General de Migración dice de los requisitos para solicitar residencia permanente: depositar US$50. Para cambiar el estatus migratorio: US$200. Pero al llegar a la ventanilla de información, eclosiona la verdad: US$250. Y no se esmere en correr a pagarlos: la oficina del Banco de Costa Rica atiende solo hasta mediodía, ni venga mañana: la ventanilla de recepción de papeles no abre los viernes.

Bienvenidos al paraíso.

lunes, 22 de marzo de 2010

De nuestra nueva ley de migración y ese lugar lejano lugar llamado utopía...

Lo recuerdo de las tardes de alguna clase nebulosa, mientras leíamos algo de Huxley. Que utopía, por su raíz griega, encerraba la ironía de ser aquel lugar ansiado y perfecto en que desearíamos morar, pero también aquel imposible de alcanzar. Poco imaginaba descubrir que los griegos, tan taimados, no estuvieron a la altura imaginable de este paraíso tropical: ¿cómo describir ese estado tan único de mi Costa Rica, donde confluyen dos o tres universos paralelos, aquel casi perfecto en que vive el funcionario público costarricense de alto rango que aprueba leyes y concede entrevistas para ufanarse de las mismas, el otro donde habita un funcionario que atiende en ventanilla y que desdice todo lo afirmado por su superior, y el más patético y frustrante universo del ciudadano que intenta simplemente cumplir con la ley?

Mucho se viene hablando del adefesio de la nueva ley de tránsito. Poco se dice por la prensa—excepto por los que hemos empezado a sufrirla—de la confusión y caos de la nueva ley de migración. Solo el TicoTimes, de las pasadas tres semanas, ha cubierto para la comunidad anglófona ese serpenteo de confusiones que ha generado una nueva ley que al parecer solo conoce el señor director de Migración. Relataba la periodista del artículo aparecido la semana del 8 al 15 de marzo, cómo, en ventanilla, el simple trámite de renovar una visa de turista le era denegado ad portas (cómo lo vivió en carne propia otro turista que escribe en la edición de esta semana del Tico Times), pese a la claridad del artículo 90 de la ley, que autoriza dicha renovación. Y ni hablar de aquellos que estamos a la busca de regularizar el estatus de familiares extranjeros: en estos momentos, nadie está seguro de lo que se debe hacer o presentar.

Algunos de los requisitos, por lo demás, son risueños por lo enrevesados. Supongo que deseosos de regularizar la gran cantidad de usuarios ilegales de los servicios del Seguro Social, ahora se requiere comprobar la filiación ante la Caja a la hora de presentar las solicitudes de residencia. Pero, ¿cómo cotizar como trabajador o asegurado directo ante la Caja, si para poder obtener un premiso de trabajo es requisito perentorio haber obtenido la residencia temporal y estar autorizado por la flamante Dirección de Migración a trabajar?

Ah, pero incongrüencias aparte, lo más interesante, por no decir ofensivo, de la ley, es que ahora los cónyuges de ciudadanos costarricenses deben comprobar su convivencia conyugal durante tres años para poder optar por una residencia permanente, algo de lo que están exentos los cónyuges de los extranjeros residentes. Es decir, que el gobierno de Costa Rica confía más en los residentes extranjeros que en los ciudadanos que lo eligen. ¿O será acaso, que el mero hecho de haberlos elegido como legisladores es para nuestros diputados motivo suficiente para no fiarse de los que portamos cédula costarricense?

lunes, 8 de marzo de 2010

Y de nuevo, otra vez...

Me avisan de una compañía comercial de televisión por cable, que me ha venido cobrando diligentemente por seis meses, que los recibos que yo he pagado de buena fe, solo me los pueden enviar a un apartado postal o a un fax. Ni siquiera electrónicamente. ¿Quién nos defiende?

jueves, 4 de marzo de 2010

¡Salgamos del folclorismo!

Está más que pasada la hora de salir de ese folclorismo de nuestras direcciones.

Quién sabe cuántos paquetes y cartas importantes no llegan a destino, sin mencionar ambulancias, patrullas o el reciente caso de la familia que murió asesinada por su madre. La trabajadora social del PANI se excusó de haber abandonado la existente denuncia por presunto maltrado a las niños porque no pudo nunca encontrar la casa para hacer su trabajo (ver La Nación, 20 de febrero de 2010)

Si tres niños y dos adultos muertos no bastan para ver cuán necesario es tener un sistema de direcciones adecuado en Costa Rica, no sé qué lo será.

viernes, 15 de enero de 2010

Detalles

La ciudad muta en los detalles. Vas por avenida peatonal, la cuarta, digamos, y te ofrecen un paraguas:
-¡Paraguas!

Pero la voz ya es un detalle. Porque el acento es africano. Entonces uno se percata. Que algo cambia. Cuando pasa un taxi y el conductor tiene barba negra y un sombrero negro muy alado y patillas como rizos.

Y sí. Por ejemplo, hace muchos años, un detalle eran los que cuidaban carros. Hoy son cosa indispensable. Algunos son hasta amigos, y yo hoy no dejaría mi carro sin nadie que me le eche un ojo.

Quién sabe. Seguro, al terminar esta década, todos los taxistas lean la torá. Y el dueño de la paragüería sea de Nigeria, y me venda el pan un prusiano (y bien, yo le compro salchichas muniquesas a una pareja de rubios que ponen su puestito en la feria de Santa Ana los domingos).

No me molesta, explico: yo siempre creí que a San José le faltaban dinamismo y gente nueva. Es que no me daba/doy cuenta. Que los detalles son cosas chiquitas que hacen mundos nuevos. Y que yo me pongo viejo.

domingo, 3 de enero de 2010

El burro con su efecto memoria

Me deja un gusto amargo el paso por ese extraño periplo que recorremos cada cambio de año cristiano, el de medir nuestra sociedad desde una actualidad que se nos va cada vez más rápido. Quizás porque por estas fechas me resuena en la cabeza el aforismo de Hartley, como una sentencia ineludible para una sociedad como la nuestra, donde repasar acontecimientos del extraño país de nuestro pasado es solo hundirse en la superficialidad de los hechos y donde la crítica no siempre arrastra consigo la reflexión. (O quizás solo porque, pegado a la tele, las imágenes del cambio de año en la bahía de Sidney, la rada de Hong Kong, la torre Eiffel, Times Square o el Obelisco en Buenos Aires, son como dejá vus ya demasiado vistos--si me perdonan la redundancia pedestre--donde, por más esfuerzo de los comentaristas por llenarme de asombro ante las supuestamente extasiantes imágenes, es claro y patético que la única novedad es la de algún pobre empleado al que lo hacen incrementar la cifra que despliega el año... pero bien, eso es pasta para otro pobre comentario).

Algunos sitios, por supuesto, aprovechan la fecha para tratar de sacudirnos la modorra intelectual (pienso en la nota de www.fusildechispas.com sobre la ya no sorpresiva incompetencia de un Estado que licita dos proyectos ferroviarios con anchos de vía incompatibles). Pero mi repaso por muchos de los comentarios a la nota, o incluso por los blogs y diarios que frecuento, últimamente terminan con la firme convicción de que, al menos en el caso de la sociedad costarricense, la reflexión sin el fruto de la acción posterior se ha convertido en una obsesión inmovilizante llena de lugares comunes (dejando de lado la generalmente pésima sintaxis con que estos comentarios se ofrecen, que es pasta para otro pobre comentario, también). No es que, en un afán clasista, pretenda socavar el derecho inalienable que tenemos todos a emitir una opinión (y dios nos libre, que yo quiero a mis rebuznos tanto como el mejor de los burros), pero justo hoy siento que, ante la palabrería negativa que generalmente acompaña la opinión en la blogoesfera costarricense, no me quedan muchas ganas de seguir contando años. Sobretodo si de tanta democracia reflexiva, no caen frutos de vez en cuando que, si tal vez no ofrezcan soluciones, al menos no estén llenos de tanto regusto agrio y pesimista.

Estoy consciente, de que hay mucho que anda mal. Y también, que la ventana que nos ofrece hoy internet nos libera de la estrecha e interesada visión de la mayoría de los medios masivos. Pero me preocupa esa trampa en la que caemos de estancarnos en un sentimiento negativo que poco o nada hace por corregir y que, aún peor, fácil nos hace aceptar—triste y resignadamente, cierto, pero aceptación al fin y al cabo—el status quo con un fatalismo casi mahometano. Hace un año, era noticia una nueva ley de tránsito que prometía poner fin a nuestro desastre vial; hace unos meses gritábamos por el asesinato de 4 personas sobre el río Tárcoles por culpa de la indolencia de un Estado incapaz y los choferes de dos empresas irresponsables (una de ellas, de capital estatal para colmo); casi terminando el año, nos descubríamos temerosos por la muerte salvaje de dos oficiales de la ley a manos de una mafia sanguinaria. Hoy, esto y aquello son meras notas al pie del fracaso de la selección futbolera. y, ante un nuevo año electoral, de nuevo se barren bajo el tapete necesidades objetivas y puntuales, como alcanzar por el fin el derecho a la elección directa de diputados y regidores, la necesidad de ordenar de una vez por todas nuestro sistema vial y de direcciones, recuperar el espectro radiofónico con que tantos lucran, acabar con la ineficiencia en los servicios de salud pública y rescatar nuestro sistema educativo del cortoplacismo politiquero. Todo, a cambio de promesas abstractas imposibles de cumplir, de hombres y mujeres que me prometen seguridad sin decirme, concretamente, cómo me la van a proveer, y de miles de electores que, no sin razón, pero no por ello justificados, dicen: no hay por quién votar.

Es asunto de memoria. De muchos años nuevos y muchos elecciones nuevas. Y una noria en la que el burro, siempre girando, siempre rebuznando, sigue tirando mansito de su carga bien merecida, por burro. Pero quizás algún día, nos demos cuenta que, como burros, también podemos cocear, y a mí se me quite ese regusto amargo que criticaba de otros y con el que, descubro recién, termino yo también este comentario.
hit tracker