miércoles, 21 de julio de 2010

Un día de furia

Quise crear este blog con la intención de departir intelectualmente, de hacerlo un vehículo de ideas. Pero la realidad de este país lo ha ido convirtiendo, muy a mi pesar, en un depósito de quejas y frustraciones ante las dificultades de vivir bajo la omnipresencia de un estado inepto que cada vez es más opresivo. Es difícil presentar un estado de ánimo estoico, de contemplación, cuando constantemente nuestra vida se ve atacada por una sociedad civil diseñada, tal pareciera, con el único propósito de torturar y disminuir la calidad humana de los habitantes de Costa Rica. (Dejo, sin embargo, de lado los aspectos privados de esta sociedad tica, tal como la estafa que me ha hecho un tornero esta semana por unos muebles que pagué y nunca recibí, y me concentro en el lado funesto del sector público. Ya en otro blog, ventilaré mi impotencia por este robo).

En los últimos meses, me ha tocado luchar contra la inapelable ineficiencia de la Dirección General de Migración, en pos de una simple residencia legal para mi esposa. Atrapados en los vericuetos de una nueva y desproporcionada ley, he debido sacrificar tiempo y cientos de miles de colones en filas, certificaciones, timbres y abogados, para que luego de seis meses, se nos informe que el trámite sigue pendiente, pues falta llenar un formulario que alguien se inventó luego de nuestra última cita. Una cita por lo demás ridícula, en la que debimos llenar, frente a un funcionario, una declaración manuscrita donde atestábamos nuestro estado civil y convivencia conyugal (y por tanto, volviendo tácitamente inválida la certificación que otorga el Registro Civil sobre nuestro estado), y que ahora se convirtió en cuatro horas de fila desperdiciadas, pues dicha declaración debe sustituirse por el nuevo y flamante formulario (y otras cuatro horas de fila).

Uno quisiera que dichos desmanes contra el atributo esencial del ser humano, su tiempo vital, tuvieran coto. Pero buscar defensa a los mismos es igualmente un trámite engorroso que solo más vida consume (pues denunciar esto antes las contralorías de servicios, defensorías de los habitantes o del consumidor, significan igualmente horas de trámites sin sentido). Y aquellas instituciones que deberían marchar a la vanguardia, como las universidades públicas (una de las cuales es mi patrona laboral), son incluso sitios aún más envenenados por esa cultura del papeleo y la tramitología inane. Así, para ser contratado en ellas, se exige una carta certificada con el número de cuenta cliente del banco donde se desea recibir el salario. No basta con que uno esté en capacidad de dar el número de cuenta de buena fe, es necesario gastar tiempo y fila en el banco para entregar este papelito inútil (ay, miles de justificaciones habrá para este papelito, no lo dudo, como eran justificables las discusiones escolásticas sobre el sexo de los ángeles). En otra universidad, se exige a los empleados llenar un nuevo expediente electrónico con la finalidad de “agilizar” la gestión de recursos humanos. Ay, ay, no importa si la información existe ya desde hace años en un expediente físico propiedad de la misma oficina de RH. El funcionario debe sacar su tiempo para recabar información de quince, veinte años atrás para crear un expediente redundante, so pena de sanción.

Ay, ay, ay. Es que mucho más hay de que hablar, como por ejemplo sobre nuestra linda y nueva ley de tránsito. Pero mejor me tapo la boca, le doy descanso hepático a mis dedos. Solo le deseo suerte al Estado para cobrar esos 7500 millones de colones adeudados por los infractores, o ir consiguiendo muchos lotes donde poner los 80 mil vehículos que habrá que sacar de circulación en enero por multas impagas. Si solo, alguna vez, el pueblo de Costa Rica, se levantara contra tanto desmán...

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