domingo, 31 de octubre de 2010

Froilán Escobar responde a Froilán Escobar


Hay un relato, en particular. Hay una columna de soldados que sube un sendero por la selva, en busca de guerrilleros, en busca de los mau-mau. O más bien, la selva --como uno se imagina que debe ser la selva en la Sierra Maestra-- se va fagocitando la columna como se ha fagocitado a los guerrilleros y, así como en la columna va el soldado Arancibia, uno podría decir entonces que en la selva va la columna y van los mau-mau. Pero la selva es solo un accidente y lo que ocurre en el ascenso es también un accidente porque la historia va dentro de la cabeza de Arancibia, que es otra selva aún más cruel y tenebrosa.

Este fue uno de los primeros relatos que leí de Froilán Escobar. Y sigue siendo mi favorito. Quizás porque, en unas cuantas páginas, destella por su condensación lo mejor de su prosa/poesía alquímica. El ritmo de la narración es trepidante a fuerza de contrapuntos y giros inesperados del hablar. La acción corre por vaivenes entre lo que ocurre en la selva y su reflejo en la insania alucinante del soldado, una acción llevada del borde del resuello por un lenguaje que es el cortocircuito indispensable entre el mundo real y la subjetividad sufriente: el pájaro, que es la mujer a la que ha violado Arancibia (La vieja que vuela), es el punto de confluencia, de choque, que hace estallar la cordura del soldado cuando su subjetividad se abre como un tajo tal como el balazo corta el vuelo del ave. Es que Escobar entiende, como no pudo entender Azorín según decía Paco Umbral, que la literatura, el lenguaje, es metáforas y nada más. Unión de mundos separados.

El vehículo es el viaje, repite Escobar en su entrevista por Francisco Garzón Céspedes (“Lo mío es experiencia de susurros” ), un vehículo que marcha a pulso de poesía y conjunción de barroco gongoriano y oralidad guajira y que culmina en dos obras monumentales: Largo viaje de ceniza y La última adivinanza del mundo. Novelas como catedrales que quieren ser universos, de esas que ya poco se hacen en ninguna lengua (se puede ir a este artículo de Evert Cilliers, para darse cuenta de que las literaturas inglesa y francesa también sufren de esta anemia)

Pero vuelvo a la entrevista, a esa autoexploración que sirve como la lezna para sacarnos los ojos del conformismo y devovernos la visión: Escobar entiende que el mundo de las definiciones es un conjunto de grillos y camisas forzadas del que hay que zafarse, y que la novela solo puede definirse por lo que no es. O mejor dicho, que la única definición posible de la novela es metafórica. Porque, si como Beckett (y no estoy muy seguro de si fue él quien lo dijo, pero la imagen me parece muy de Beckett), uno cree que la realidad es una plaza hacia la que se mira desde un edificio con muchas ventanas, y que cada ventana es una historia, entonces la novela es ese conjunto de ventanas, de voces, de susurros. La revolución cubana, la guerra de independencia, narradas por Escobar, adquieren otra dimensión en cuanto la narran aquellas voces fantasmales que calló la historia, cuando nos vienen del hilar de una niña huérfana que buscar recuperar a su padre perdido en una guerra de machetes y cañones, o de un tipo que todo lo oyó en un momento en que los que serían héroes aún hacían andar de mortales por entre la Sierra Maestra. Es ese momento en que la literatura viene a “llenar los vacíos de la memoria, ensancharla mediante la imaginación de lo posible y, a partir del muñón, hacer que resuciten retoñados pasos en los pies “.

La historia, entonces, es colección de versiones. Es literatura. Y se reconstruye cada vez que se cuenta, especialmente cuando el relato es un “ajiaco susurrante”, una colección de rumores y cuchicheos que como un mosaico se va construyendo palabra por palabra. Por ello Escobar mismo responde a Garzón Céspedes, que el prefiere las versiones a las adaptaciones. Porque versiones es lo único que hay en realidad. Versiones de cuanto se ha leído, escuchado, comido, sentido y hasta olvidado.

Así, la lectura de esta entrevista sirve de portillo explorativo hacia la luminosidad de una narrativa que Escobar ancla en la inevitabilidad suprema del lenguaje, ese “alguien con quien digo, o sobre todo, con quien me digo”. Es apenas un bocadito del inmenso banquete que nos tiene listo Escobar en su creación.

lunes, 11 de octubre de 2010

Animales de imaginación

Algunos dicen que somos enemigos naturales. Los escritores y los políticos (ir a Imaginary Homelands, de Salman Rushdie). Que nos vestimos de pieles diferentes, porque los políticos hablan del mundo que quieren que vean los demás y los escritores del que se ve realmente. Lo que podría interpretarse como paradójico, si uno es de los que cree que los escritores son tipos de imaginación y los políticos deben ser realistas, más bien. Pero las paradojas es el mundo de las palabras, ni más ni menos, y al final es en el mundo de las palabras donde se pelean los votos, se logra el carisma y se construyen las reputaciones, y no han faltado escritores (que luego han resultado nóbels de literatura algunos) con imaginación tan grande como para lanzarse a la política.

Pero es que en realidad es asunto de intenciones y de lo que pasa en la cabeza de unos y otros. Porque no es cuestión solo de que los escritores imaginen para crear y los políticos para vender/venderse, sino de quien se la cree y quien no. Un escritor, normalmente, siempre sabrá que lo que hace es inventar (porque las palabras, por más que describan realidades, son siempre invención y nunca es la luna el dedo que la señala). Pero el político hablará y lo que saldrá de su boca será para él única verdad. Por eso la creo veraz a Laura Chichilla cuando dice que Costa Rica será un país desarrollado en 2021. Como le creía a Óscar Arias cuando inauguraba obras fantasmales. Porque para Laura, en realidad vamos en camino al desarrollo y para Óscar las obras existían realmente ante su mirada. Es su condición de animales políticos, no dudar de lo que afirman pues en ello les va su esencia. Solo convenciéndose a sí mismos de su realidad, podrán convencer a los demás. Y por eso jamás un político se retractará ni pedirá disculpas por algo que diga (o mucho menos haga), porque será ir contra la verdad que se ha forjado para poder dormir tranquilo cada noche (yo quisiera, que alguien me contradijera, me presentara las imágenes de algún político de cualquier parte disculpándose, diciendo “me equivoqué”: solo en Unión Soviética, parecían tener la receta para que un político declarara contra sí mismo). Es que los políticos son animales de ilusiones y mundos alternos y es por eso que somos enemigos. Porque alguien los tiene que llamar a cuentas antes que nos contagien a todos. No sea que para el 2011 seamos un país de lunáticos que creerán vivir, ahora sí, en una Suiza tropical.
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