viernes, 15 de enero de 2010

Detalles

La ciudad muta en los detalles. Vas por avenida peatonal, la cuarta, digamos, y te ofrecen un paraguas:
-¡Paraguas!

Pero la voz ya es un detalle. Porque el acento es africano. Entonces uno se percata. Que algo cambia. Cuando pasa un taxi y el conductor tiene barba negra y un sombrero negro muy alado y patillas como rizos.

Y sí. Por ejemplo, hace muchos años, un detalle eran los que cuidaban carros. Hoy son cosa indispensable. Algunos son hasta amigos, y yo hoy no dejaría mi carro sin nadie que me le eche un ojo.

Quién sabe. Seguro, al terminar esta década, todos los taxistas lean la torá. Y el dueño de la paragüería sea de Nigeria, y me venda el pan un prusiano (y bien, yo le compro salchichas muniquesas a una pareja de rubios que ponen su puestito en la feria de Santa Ana los domingos).

No me molesta, explico: yo siempre creí que a San José le faltaban dinamismo y gente nueva. Es que no me daba/doy cuenta. Que los detalles son cosas chiquitas que hacen mundos nuevos. Y que yo me pongo viejo.

domingo, 3 de enero de 2010

El burro con su efecto memoria

Me deja un gusto amargo el paso por ese extraño periplo que recorremos cada cambio de año cristiano, el de medir nuestra sociedad desde una actualidad que se nos va cada vez más rápido. Quizás porque por estas fechas me resuena en la cabeza el aforismo de Hartley, como una sentencia ineludible para una sociedad como la nuestra, donde repasar acontecimientos del extraño país de nuestro pasado es solo hundirse en la superficialidad de los hechos y donde la crítica no siempre arrastra consigo la reflexión. (O quizás solo porque, pegado a la tele, las imágenes del cambio de año en la bahía de Sidney, la rada de Hong Kong, la torre Eiffel, Times Square o el Obelisco en Buenos Aires, son como dejá vus ya demasiado vistos--si me perdonan la redundancia pedestre--donde, por más esfuerzo de los comentaristas por llenarme de asombro ante las supuestamente extasiantes imágenes, es claro y patético que la única novedad es la de algún pobre empleado al que lo hacen incrementar la cifra que despliega el año... pero bien, eso es pasta para otro pobre comentario).

Algunos sitios, por supuesto, aprovechan la fecha para tratar de sacudirnos la modorra intelectual (pienso en la nota de www.fusildechispas.com sobre la ya no sorpresiva incompetencia de un Estado que licita dos proyectos ferroviarios con anchos de vía incompatibles). Pero mi repaso por muchos de los comentarios a la nota, o incluso por los blogs y diarios que frecuento, últimamente terminan con la firme convicción de que, al menos en el caso de la sociedad costarricense, la reflexión sin el fruto de la acción posterior se ha convertido en una obsesión inmovilizante llena de lugares comunes (dejando de lado la generalmente pésima sintaxis con que estos comentarios se ofrecen, que es pasta para otro pobre comentario, también). No es que, en un afán clasista, pretenda socavar el derecho inalienable que tenemos todos a emitir una opinión (y dios nos libre, que yo quiero a mis rebuznos tanto como el mejor de los burros), pero justo hoy siento que, ante la palabrería negativa que generalmente acompaña la opinión en la blogoesfera costarricense, no me quedan muchas ganas de seguir contando años. Sobretodo si de tanta democracia reflexiva, no caen frutos de vez en cuando que, si tal vez no ofrezcan soluciones, al menos no estén llenos de tanto regusto agrio y pesimista.

Estoy consciente, de que hay mucho que anda mal. Y también, que la ventana que nos ofrece hoy internet nos libera de la estrecha e interesada visión de la mayoría de los medios masivos. Pero me preocupa esa trampa en la que caemos de estancarnos en un sentimiento negativo que poco o nada hace por corregir y que, aún peor, fácil nos hace aceptar—triste y resignadamente, cierto, pero aceptación al fin y al cabo—el status quo con un fatalismo casi mahometano. Hace un año, era noticia una nueva ley de tránsito que prometía poner fin a nuestro desastre vial; hace unos meses gritábamos por el asesinato de 4 personas sobre el río Tárcoles por culpa de la indolencia de un Estado incapaz y los choferes de dos empresas irresponsables (una de ellas, de capital estatal para colmo); casi terminando el año, nos descubríamos temerosos por la muerte salvaje de dos oficiales de la ley a manos de una mafia sanguinaria. Hoy, esto y aquello son meras notas al pie del fracaso de la selección futbolera. y, ante un nuevo año electoral, de nuevo se barren bajo el tapete necesidades objetivas y puntuales, como alcanzar por el fin el derecho a la elección directa de diputados y regidores, la necesidad de ordenar de una vez por todas nuestro sistema vial y de direcciones, recuperar el espectro radiofónico con que tantos lucran, acabar con la ineficiencia en los servicios de salud pública y rescatar nuestro sistema educativo del cortoplacismo politiquero. Todo, a cambio de promesas abstractas imposibles de cumplir, de hombres y mujeres que me prometen seguridad sin decirme, concretamente, cómo me la van a proveer, y de miles de electores que, no sin razón, pero no por ello justificados, dicen: no hay por quién votar.

Es asunto de memoria. De muchos años nuevos y muchos elecciones nuevas. Y una noria en la que el burro, siempre girando, siempre rebuznando, sigue tirando mansito de su carga bien merecida, por burro. Pero quizás algún día, nos demos cuenta que, como burros, también podemos cocear, y a mí se me quite ese regusto amargo que criticaba de otros y con el que, descubro recién, termino yo también este comentario.
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