jueves, 1 de enero de 2015

Piketty otra vez

El rol de un gobierno es el de relanzar el crecimiento de Francia y Europa, no el de decidir quién es honorable o no. Traduzco libremente las palabras del economista Thomas Piketty al rechazar la legión de honor francesa. En una época en que cada vez son menos las palabras creíbles entre tanta hiperinflación de expresiones vacuas por Twitter e Instagram, al menos algunos actos como el de Piketty muestran que a algunos les preocupa más su conciencia a la hora de dormir que cuántos"me gusta" tienen en su página de Facebook. Porque parece tener claro Piketty, que una de las tácticas más comunes para callar una propuesta reformadora, es envolverla en premios y reconocimientos para apagar el ímpetu del cambio (lo que llamaríamos en castellano castizo: soborno intelectual). Y así, Piketty le ha mandado un fulminante mensaje a François Hollande: que cumpla con lo que prometió en su campaña: parar la austeridad sin ton ni son y restablecer el papel del Estado como actor decisivo en la recuperación económica, y que se deje de repartir premios y buscar novias montado en scooter.

Atacado por la derecha y la izquierda, el libro "El capital en el siglo XXI" puede quizás estar equivocado en algunas de sus premisas y propuestas, pero concuerdo con el columnista Weissman de Slate: el texto de Piketty ha bastado  para trastocar el debate económico llevándolo a un tema del que hace rato deberíamos estar hablando, un tópico que muchos -- especialmente los conservadores y defensores del libre mercado a ultranza, que por algo han sido los más furiosos en su reacción -- preferirían que siguiera callándose: el crecimiento desmedido de la desigualdad de concentración de la riqueza en el último medio siglo.

Yo por mi parte, con mis escasos conocimientos de Economía, he hallado en el libro de Piketty un procedimiento metódico, ordenado y convincente a la hora de exponer sus ideas, basándose no en extrapolaciones o inducciones aventuradas a partir ya sea de fórmulas simplistas de optimización numérica (a lo Black, Merton, Sholes y Cía.) o de evangelios economicistas (sean a lo Hayek, sean a lo Keynes), sino en datos sólidos y tendencias comprobables. Como ingeniero, encuentro por tanto sólidas sus ideas y sus conclusiones bien fundamentadas. Y aunque como ingeniero sé muy bien que correlación no implica causación, es sin embargo suficiente razón para investigar aún más si las hipótesis de Piketty van por camino correcto, cuando todos los datos apuntan a que el crecimiento de la desigualdad de la distribución de riqueza en las economías de todo el mundo ha sucedido en paralelo con el establecimiento de las políticas ultraliberales del trickle down economics y el recorte de impuestos a los más ricos (esa teoría de la cual ni goteos hay aún, tras cuarenta años, que presagien finalmente el esperado derramamiento que nos prometieron Reagan, Thatcher o, en Costa Rica, Jorge Guardia y Thelmo Vargas; esos dos pensadores de columna que tanto quisieran privatizar las universidades públicas, sin atreverse a apuntar en sus diatribas liberalizadoras de dónde salen la mayoría de los graduados que hoy soportan el crecimiento de la industria tecnológica en nuestro país).

Si las propuestas de Piketty: aumentar los impuestos a las grandes fortunas y hacerlos globales, restablecer los impuestos progresivos a la renta y fortalecer la educación pública como vía al crecimiento, no son totalmente correctas pues es algo que solo podrá comprobarse aplicándolas. Que al fin y al cabo no son propuestas nada revolucionarias, son las de Roosevelt y de otro pensador muy cercano, del que ustedes quizá habrán escuchado hablar, que sembró en un libro escrito hace también cuarenta años la semilla de mucho de lo bueno que hoy aún podemos disfrutar en este país: José Figueres Ferrer.

No hay comentarios:

hit tracker