sábado, 28 de junio de 2008

Sangre huérfana

Últimamente, no me gusta opinar de política ni de actualidad. Porque no leo mucho los diarios --no me ayuda con mi tranquilidad mental-- aprendí a tomar con pinzas las noticias. Sé que el mundo cambia muy lento y que exceso de información no significa comprender mejor. De paso, he llegado descreer de soluciones fáciles, ideologías utópicas y especulaciones de economistas. Porque he visto como todo termina en culto a la personalidad y recetas, don Pepe, el doctor, Perón, el Ché y, también, Hitler y Stalin, que nos ofrecen paraísos de libre mercado, redistribución de la riqueza, socialismo y patria y un reino de mil años, llámenlo como quieran. En fin. Quizás sea muy negativa mi visión, la de que somos bichos raros, y que lo menos que utilizamos es la razón. Pero cuando uno ve pueblos supuestamente cultos, como el francés, idolatrar a un enano dictador que los llevó a la ruina y le costó de paso 4 millones de muertos a Europa, qué se yo, se pierde mucho la fe en la superioridad del intelecto. Lo que explica a Bush y a Chávez y a Fidel cuando se nos ofrecen como adalides y nosotros nos vamos detrás, con su foto en un cartel. Pero ya no, no creo en nadie que diga representar al pueblo. Porque a la hora de la verdad, pueblo es cualquiera menos la gente.

Pero bueno, porque precisamente soy falible y pertenezco a la raza bípeda, pues a veces la indignación me gana. Involuntariamente. Porque me descuido y me pongo a leer un periódico solo para tomarle el pulso a mi Costa Rica lejana. Qué le voy a hacer. Tengo sangre. Y entonces me la calienta leer algo como este editorial en La Nación: Orfandad del Hospicio de Huérfanos.

Es donde me digo, el mundo es el mismo y yo un zonzo por ponerme a leer sabiendo que únicamente me gano un refuerzo de mis prejuicios. Porque todos hablan, hablan, cacarean: cuac, cuac. Solidaridad, amor, educación, inclusividad. Y al final, que se jodan los huérfanos. Ni un solo síndico, regidor, político, ha jamás respondido por esa plata que no le llega a estos niños. Es una historia de dos décadas. Qué importa. Total, en dos años, hay elecciones, y con la banderita en el carro iremos a pitar por los pericos, los mariachis, los pac-pac, los liberen-todo.

Laśtima Napoleón que te moriste (hasta una tumba gigantesca te hicieron, algo grande te ha quedado, creo), vos que te robaste un país, reestableciste la esclavitud, eliminaste el divorcio, los derechos colectivos de la Revolución, emperador y general, hubieras estado muy contento con recibir a nuestros huérfanos. Total, un huérfano sin protección solo tiene dos destinos. La cárcel o el frente de batalla, como en Darfur y Sierra Leona (si es niña, me temo, la única opción es un lugar no muy diferente a la cárcel, pero donde las luces son rojas). Ah, que pena que te nos fuiste, gran enano. Se quedaron nuestros huérfanos sin su segunda opción.

4 comentarios:

Heriberto dijo...

Hay mucho de verdad en esa falta de sentido común -por llamarlo de una forma resumida- del colectivo de un país de la que hablás. Basta con ver quien es el mejor colocado para las práximas elecciones, justamenta alguien involucrado en esta verguenza del Orfanatorio.

CAQ dijo...

Hola! esa desazón viene de lo más profundo. Yo trabajo y estoy muy cerca de la política, y en verdad aunque en ocasiones se quieren hacer bien las cosas, son tantas las variables, las fuerzas y los diferentes intereses que a fin de cuentas la buena intención se queda varada.
Uno pensaría que hacer "lo bueno" o "el bien" es fácil, es fácil, y en cierta forma lo es... lo difícil es que prevalezca sin que sea una imposición a otros...
en fin, y siguen los niños fregados...
Saludos de tiquicia!

Alfonso Chacon Rodriguez dijo...

Heriberto. El sentido común, dice el cliché, es lo menos común que hay. La razón de que pase lo que pase con el Asilo es que los huérfanos no son un grupo de presión determinante (por usar el término propuesto por nuesstro querido presidente en su tesis doctoral).
CAQ. Cierto. El asunto está en priorizar. Hacer bien lo que te toca y esperar que los demás hagan lo mismo. Y por otro lado, en la exigencia de cuentas y responsabilidades. SI hay una ley que exige X, entonces hay que cumplir X o pagar la sanción. Porque sin sanción, no hay delito, y entonces, ¿para qué la ley?

Warren/Literófilo dijo...

Eso que acostás es cierto muy cierto, sino que lo diga Fernando Zumbado.

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