viernes, 11 de abril de 2008

Las furias del orgullo

Lo tengo en el recuerdo: Los Simpson causando la furia de algunos miembros del estamento en Río de Janeiro, con su retrato ácido y estereotipado de las favelas y la violenta vida diaria en la antigua capital brasileña (capítulo “Échenle la culpa a Lisa”, para los no muy fanáticos de la serie animada). Hubo hasta amenazas de demanda. No sé si llegaron a algo. El escándalo se perdió en la noche de la desmemoria. Quizás opacado por los comunes enfrentamientos entre narcos y policías en las laberínticas calles de las villas miseria que rodean la metrópolis carioca, o los retratos despiadados de los mismos brasileños en películas como La ciudad de Dios o la más reciente Bope: Tropa de elite (la autocrítica es siempre más fácil de aceptar) sobre una ciudad donde ciertamente parece cumplirse aquel estribillo favorito del yagunzo Riobaldo en Gran sertón: veredas, que vivir es muy peligroso.

Es claro, que en el caso de los Simpson no llegaron los brasileños a los extremos de los islamistas molestos contra las caricaturas sobre Mahoma. (Tal vez. Quién quita y las visas de turista que exigen ahora los brasileños para los yanquis sea la venganza contra la boca floja de Groening y compañía. Habría que averiguar entonces qué programa español ofendió recientemente a Brasil que justifique tanto gallego devuelto ad portas en los aeropuertos de Río, San Pablo y Salvador, y olvidarse de las excusas de la reciprocidad migratoria). Todo esto, por supuesto, sería caldo de cultivo para teóricos serios y respetados como Samuel Huntington o Victor Davis Hansom. Muestras de la incapacidad para la libre expresión y el debate de ideas de las sociedades no-occidentales (porque aunque estemos al oeste, recuerden, que los latinoamericanos no somos tampoco occidentales, ni siquiera extremos, como pretendía Octavio Paz).

Tapabocas sin embargo el anuncito de Absolut en México. La de rechiflas, ripostas, comentarios e insultos enardecidos de ciudadanos estadounidenses/patriotas enojados contra la propaganda. Parece que el humor occidental --es decir yanqui, porque yanqui=occidental, aunque mucho le pese a los franceses y los alemanes-- es aceptable solo cuando lo producen made in USA. Huntington puede que lo vea de otra manera: otra muestra más de la invasión indo-latinoamericana que amenaza con desarmar el blanquito andamiaje de la gran potencia líder de la libertad. Yo por mi parte creo que, para ser seres superiores, les cuesta mucho aprender a aceptar el pasado, incluso aquel que no está muy limpio. Al fin ya al cabo que de este lado del muro nos aguantamos la infumable El Álamo, con Crocket y compañía, sin tanta alharaca.

sábado, 5 de abril de 2008

Relatos

Señores del Mictlán: Crónicas del regreso

Hermanos
Señores del Mictlán
Fuera de rango
Jugar con fuego

Otros relatos

A través del suelo


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viernes, 4 de abril de 2008

De pesares futbolísticos y simples soluciones

El fútbol. Me gusta mirarlo, aunque prefiera el básquetbol. Y admito, que el mundial pasado, invitado a ver el partido ante Alemania por unos colegas argentinos, lo mío era más pavor que pasión ante lo que nos podían hacer los alemanes. Quizás son estos años por el sur, que me han terminado de poner los pies en la tierra, con tanto argentino que me pregunta: ¿Pero en Costa Rica lo que juegan es béisbol, no? Y luego ver sus caras pasar de la extrañeza a la lástima, cuando les explico, que a lo largo y ancho de mi corto país el fútbol es rey (y que los demás deportes languidecen la desidia del gran público): Pero nunca han hecho mucho, ¿no?, alguno me ha replicado, condescendientes al menos. Y bueno, está Italia en el 90, qué se yo. Claro, Argentina, en ese, llegó a subcampeón, y venía de ganar el campeonato anterior.

Así que lo cierto es que no soy de los que apuestan la dignidad nacional, ni mucho menos personal, por el fútbol. Empero, fui solidario y traté de seguir los pasos de Wanchope por esta liga en extremo competitiva, y vi dos de sus únicos tres o cuatro goles, y también fui testigo de su pifia ante Boca Juniors (ese fallido gol en la Bombonera lo hubiera hecho héroe en Rosario). Wanchope se fue y yo dejé de mirar fútbol argentino, en parte porque hay que pagar para verlo por TV. Pero es imposible no tenerlo en la cara el fútbol acá, cuando en cada plaza, prado, vereda, en los clubes de barrio, hay gente pateando una pelota (y atrapándola, y lanzándola, porque acá no solo fútbol se juega: hay rugby, básquet, softbol, hockey sobre césped y hasta tenis popular, pero eso queda para otro comentario). Y fue así como lo descubrí. Que si estamos a años luz de los argentinos, por no decir de los brasileños, es porque esa pifia de Wanchope, la de nuestro mejor goleador histórico, solo, frente al arco vacío, no la habría cometido ningún sudamericano que juegue de cuarta división para arriba. Porque acá, cualquier niño, a los diez, sabe dominar un balón y patear hacia la meta.

Por ahí escucho enésimos comentarios en la prensa costarricense, luego de nuestra enésima derrota en cancha extranjera, sobre lo que pasa con nuestro fútbol, de nuestra incapacidad para anotar. Algunos he escuchado que hasta lo relacionan con la desidia o complejos de inferioridad nacional. Dejemos las teorías, es un asunto sencillo. Miren una mejenga tica. No hay portero. Se juega con un pequeño arco que la mayor de las veces se delimita con dos piedras o tarros. Acá, en Argentina, incluso en la cancha más polvorienta, en cualquier picadito (mejenga) se juega con marco de tamaño oficial, y con guardameta. Acá, para anotar, hay que tirar. Quizás cuestión simplemente de empezar por ahí.
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