miércoles, 28 de enero de 2009

Despedida a D.F.W.


Para mí son como efectos paralelos de alegría, la de toparse inesperadamente con un escritor y llegar a la parada en el mismo momento en que aparece el autobús. Asunto de la casualidad. Yo iba buscando al narrador de American Psycho y Less Than Zero. Porque quería leer a un autor norteamericano que me fuera contemporáneo (lo había hecho sin arrepentimiento con Franzen y sus Correcciones, la supuestamente más grande novela americana, otra más, como Underworld, o The Bonfire of the Vanities). Ahora, por supuesto, yo conocía el efecto Amazon: quienes compraron este libro, también compraron el de Juan. Pero yo tenía, en el fondo de la oreja, el tintineo del nombre. David Foster Wallace. Y ahí estaba, con mi tarjeta al frente, doble filo de plástico: vamos a darle.

Y se vinieron. Brief Interviews with Hideous Men y Oblivion. B. Easton Ellis quedó luego en la lona. No pasé más allá de 30 páginas en ninguna de sus novelas (de American Psycho rescato los consejos para una buena afeitada). D. F. W. (como dicen que le decían) fue más violento. No me soltó del cuello. Y la simple y sencilla alegría de tomar el autobús esperado sin esperar se transformó en un viaje hacia una prosa deslumbrante, hacia un narrador nato capaz de tenerte atado a la página con grilletes de seda. Que alguien sea capaz de clavarte con un cuento sobre ronquidos que no dejan dormir, con uno sobre el estudio de mercado de un pastelillo (cuyas muestras planea quien dirige el estudio llenar de veneno), sobre la capacidad de un veterano del Golfo de cagar obras de arte, en el recuento desde el más allá de un suicidado que se consideró siempre un impostor (¿lo habrá leído, Wallace, a Machado de Assís? improbable, el tono es tan distinto, y sin embargo...), en el asfixiante relato de una paciente bipolar (cargado de pedantes notas psicoanalíticas al pie, de un vaivén igual de exasperante al del relato principal), no sé, conozco pocos con ese talento. Quizás Poe. En fin. Fue Wallace un tipo que supo navegar el mal, lo recóndito de lo humano/oscuro. Sin excusas ni finales justicieros. Que aplicó la fórmula de Chejov, la de que la literatura no puede explicarnos el mundo, solo presentárnoslo tal cual es. Todo envuelto en un lenguaje elaborado, a veces enrevesada y deliciosamente proustiano, a veces artístico como el de Nabokov en su mejor inglés, con un humor negro pero también candorosamente cercano a la chanza perpetua de Rushdie. Lejos, muy lejos, del mal estilo taquigráfico que algunos se empeñan en decir que aprendieron de Hemingway.

Entonces, cuando vino la noticia, la de su suicidio, yo ya lo tenía en mi panteón. Sin haber leído la que dicen es su obra maestra, su novela de primerizo, Infinite Jest. Un escritor como esos que aún produce la narrativa yanqui y que los editores yanquis y anglos aún publican e incluso venden bien (yo me imagino, por estos días, a Cortázar aparecerse por alguna editorial en castellano, digamos con Bestiario, por no decir Rayuela, la patada en el culo que le darían).

Así me vino el shock. Pocas veces me pasa, que me afecte así la muerte de un escritor (algunos lo comparan con Cobain, puede ser: estrellas fugaces que iluminaron poco y demasiado, porque se fundieron en un solo esplendor). Será porque, luego, rumiando, descubrí que ahí estaban las pistas, en sus cuentos-noveletas. La depresión, la mentalidad obsesiva, la angustia. Como alguien que ha caminado por el borde de ese precipicio, sé lo que debe sentirse caer: como el único alivio a mano. Wallace era en sí un libro abierto. Del que no se abrirán nuevas páginas.

7 comentarios:

Guillermo Barquero dijo...

Me encantó esta presentación-homenaje que le hacés a DFW; de él apenas he repasado algunos cuentos de Brief interviews..., prestada por un amigo, y te digo que me dejó con una ceja levantada en señal de extrañeza, sospecho que cuando el entre de lleno no lo soltaré. Sólo el tiempo dirá si es un caso del Síndrome Cobain, aunque con su ambición difícilmente podremos soslayarlo.

Alexánder Obando dijo...

Reduciendo todo esto a su mínima expresión, solo puedo decir, ¡Qué bueno que todavía nacen genios!

Son nuestro motor central, aquello que más motiva a creer y a desear. Salud por ellos.

Anónimo dijo...

Le solicitamos autorización para publicar esta entrada en nuestra revista de arte y literatura El ojo de Adrián, a publicarse en Marzo.
Le agradeceremos su respuesta a elojodeadrian@yahoo.es.
Atentamente,
Mayra Barraza

Silvia Piranesi dijo...

leí varios posts sobre DFW, pero definitivamente este fue el que más me gustó. o por lo menos el que me abrió la curiosidad.

Alfonso Chacon Rodriguez dijo...

Sentenciero. Levantar la ceja. Es la expresión exacta. Creo que es lo primero que nos causan los genios, el gesto de extrañeza. Y sí, por suerte siguen apareciendo, Alexánder. Por cierto, interesante la tilde en tu nombre: mi hermano se niega de plano a ponérsela. Gracias por la visita, Silvia. Siempre un honor tenerte por acá.

depeupleur dijo...

Alfonso, comparto tu sentimiento. A mi también me asombro la emoción que me produjo su suicidio.

Creo que a Foster Wallace no se le ha hecho justicia por su verdadera virtud (enceguecidos como estamos por el brillo de su inteligencia) que era una compasión y una empatía que son en la actualidad casi imposibles de encontrar en la literatura y que yo compararía con la de Chejov. Amor y compasión por el otro, un excelente ser humano, además de escritor, una lástima.

Alexánder Obando dijo...

Solo una nota sobre el nombre Alexánder. A pesar de aparecer tal cual en muchas lenguas germánicas y eslavas, el nombre, o más bien la forma "Alexander" (contrario a lo que se cree) no es de origen anglosajón. Es latín clásico. (La forma original griega sería "Aléxandros").

Por tanto, opté por la tilde para poder usarlo libremente en castellano sin que sonara demasiado a "Willy", "Jennifer" o "Brian".

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