Algún analista yanqui tituló algo así
su columna: que el chico flaco volvía a tener oportunidad de
reeligirse con el espaldarazo recibido del tribunal supremo
norteamericano a su reforma de salud. Pero yo hace un rato que
mastico un desencanto amargo con este señor y últimamente me quedan
muy lejos los recuerdos gratos de su discurso de victoria en
noviembre del 2008. Aquel día las lágrimas de Jesse Jackson las
tuve yo también en los ojos, y de seguro que compartí una parte de
sus sensaciones como las de aquella multitud, aunque admito que con
motivaciones muy distintas. No soy descendiente de esclavos – al
menos no en línea directa, pero bien sospecho que estos rizos que me
quedan en la cabeza los he heredado de algún zambo orgulloso – ,
así que no puedo asumir para mí el sentimiento de un
afrodescendiente yanqui al ver a uno de los suyos como presidente en
un país que hace apenas cincuenta años no les permitía sentarse en
cualquier asiento en un autobús. Pero como latinoamericano, no podía
dejar de esperanzarme en creer que por primera vez tendríamos un
presidente amigo en ese imperio tan cerca de nosotros – nosotros
tan lejos de dios como a veces estamos –. Hoy, a casi cuatro años
de aquel día épico, es claro que el chico flaco ha terminado siendo
una caricatura hueca y de cartón, un avatar digno de juego de
Facebook. Su reforma de salud, hecha para conquistarse a los
republicanos que por supuesto no le dieron su voto, es solo uno de los muchos síntomas de su falta de
sangre y furia. Una reforma mediocre, que se suma a su hipócrita rescate de los
banqueros, su fracaso en cerrar la prisión de Guantánamo, y su
falta de visión para negociar una salida de la sangrienta guerra de
las drogas en que nos ha metido el puritanismo de su patria.
Dispuesto siempre a conciliar, el flaquito es lo que siempre uno
puede esperar de un abogado de Harvard: alguien dedicado a la busca de tratos ventajosos, no
a obtener la verdad y la justicia. Hoy, dos días después de una nueva
matanza en ese país que llaman el primero del mundo, el flaquito se
hace el mudo conciliador otra vez y no dice lo que un verdadero presidente progresista
diría: que es realmente incomprensible que exista un país
desarrollado donde se más fácil comprarse una sub-ametralladora a
que te admitan en un hospital. Pero yo ya no espero nada de este
perro flaco. Gane Romney, gane Obama, lo que hace rato que nos queda a los latinos
es destetarnos al fin y dejar de pensar que del norte nos llegará el maná.
domingo, 22 de julio de 2012
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